Defensa de la vida y la familia es esencial para el soporte de la sociedad, asegura Cardenal Cipriani

LIMA, 28 Jul. 14 (ACI/EWTN Noticias).- Al presidir la Misa y Te Deum por el 193 aniversario de la Independencia del país, en la que participaron el presidente Ollanta Humala y su esposa Nadine Heredia, junto a los ministros de Estado, el Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Cardenal Juan Luis Cipriani, destacó la importancia de la defensa de la vida y la familia pues “son el soporte de una sociedad” y explicó que una “sana laicidad” no comprende la expulsión de la Iglesia del debate público.

El Arzobispo de Lima señaló que “en el proceso de formación del derecho sobre instituciones esenciales que son el soporte de una sociedad, es obligación de un espíritu democrático responsable buscar los criterios para su orientación, más allá de simples mayorías”.


“Me refiero, por ejemplo, a las normas sobre la protección y respeto irrestricto a la dignidad de toda vida humana desde su concepción hasta su término natural, reconocidas en la Constitución; a las normas que rigen la institución del matrimonio entre varón y mujer; a la promoción y defensa de la familia, como célula fundamental de la sociedad; al derecho a tener acceso a una educación en valores, cuya principal responsabilidad recae en los padres de familia; entre otras”.


A un mes de que se postergara la votación por la “unión civil” homosexual y el gobierno de Perú aprobara el protocolo de aborto “terapéutico”, el Cardenal Cipriani denunció que “la llamada ‘ideología de género’ ha invadido el campo cultural, queriendo imponer su particular concepción antropológica, sin aceptar un sano diálogo sobre una materia sumamente importante para la organización de la sociedad desde sus raíces”.


En este marco, advirtió, “hay personas que desean que la voz de la religión se silencie, o al menos que se relegue a la esfera meramente privada. El derecho a la libertad religiosa incluye la expresión pública de la Fe, como incluye la expresión pública del culto a Dios y las expresiones públicas de religiosidad popular, como es la procesión del Señor de los Milagros”.


“Paradójicamente, hay otras personas que, a título de suprimir la discriminación, pretenden obligar a los cristianos, que desempeñan o no una función pública, a que actúen en contra de sus conciencias. Esto es imposible, porque se iría contra la dignidad de la persona que está en su conciencia rectamente formada. La defensa de la doctrina cristiana es un signo del legítimo papel de la religión en la vida social”.


El Cardenal Cipriani subrayó que “la religión no es un obstáculo que los legisladores necesiten saltarse para hacer bien su trabajo, sino una contribución vital al debate nacional, que debe iluminar a los hombres y mujeres de buena voluntad. En este sentido, el papel de la religión en el debate político no es tanto proporcionar normas para legislar, como si la moral y el derecho natural no pudieran conocerlos los no creyentes. Menos aún proponer soluciones políticas partidarias concretas, algo que está totalmente fuera de la competencia de la religión”.


“El papel de la religión consiste más bien en ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos. Se trata de un proceso en doble sentido. Sin la ayuda correctora de la religión, la razón puede ser también presa de distorsiones, como cuando es manipulada por ideologías caducas o se aplica de forma parcial en detrimento de la consideración plena de la dignidad de la persona humana”.


Ante esto, el Arzobispo de Lima alentó a una “laicidad positiva” o “sana laicidad” que “implica que el Estado no considere la religión como un simple sentimiento subjetivo individual, que se podría confinar al ámbito privado. No es así. La religión, al estar organizada también en estructuras visibles, como sucede con la Iglesia, se ha de reconocer como presencia comunitaria pública”.


“No se trata de injerencia indebida de la Iglesia en la actividad legislativa, propia y exclusiva del Estado, sino de la afirmación y de la defensa de los grandes valores que dan sentido a la vida de la persona y salvaguardan su dignidad”.


Estos valores, indicó el Cardenal, “antes de ser cristianos, son humanos. Por eso, ante ellos, la Iglesia no puede quedar indiferente y silenciosa. Tiene el deber de proclamar con firmeza la verdad sobre el hombre y sobre su destino”.


El Arzobispo de Lima también instó al gobierno a ofrecer a los jóvenes “un buen marco educativo en el que la formación en virtudes y valores los anime a respetar y ayudar a los otros, para que lleguen serenamente a la edad de la responsabilidad. La Iglesia puede aportar, y de hecho aporta, en este campo, una contribución específica y trascendente”.


Al referirse a la pobreza en el país, el Cardenal Cipriani señaló que “a través de numerosas instituciones y actividades, la Iglesia, igual que numerosas asociaciones en nuestro país, trata con frecuencia de remediar lo inmediato, pero es al Estado al que compete legislar un marco normativo que permita reducir si no erradicar en lo posible las injusticias, convocando para ello a la participación de todos”.


“Capital y trabajo deben darse la mano despejando el campo de ideologías que no resuelven nada y que tantas veces abusan de la indecisión e ignorancia de las grandes mayorías”, alentó.


Al concluir su homilía, el Arzobispo de Lima alentó a los peruanos “a vivir y trabajar siempre con espíritu de auténtica concordia, en un marco de diálogo abierto y de confianza mutua, en el empeño de servir y promover el bien común y la dignidad de todas las personas”.


“¡Que Cristo, el Señor de los Milagros, bendiga al pueblo peruano! Así sea”, finalizó.


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