Salvo a los que las provocan, a nadie nos gustan las guerras. Siempre mueren inocentes en las mismas y deben evitarse siempre que sea posible. Ahora bien, es doctrina católica que existen guerras que pueden considerarse como justas.
Cito el Catecismo (negritas mías):
2308 Todo ciudadano y todo gobernante están obligados a empeñarse en evitar las guerras.
Sin embargo, “mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional competente y provista de la fuerza correspondiente, una vez agotados todos los medios de acuerdo pacífico, no se podrá negar a los gobiernos el derecho a la legítima defensa” (GS 79).2309 Se han de considerar con rigor las condiciones estrictas de una legítima defensa mediante la fuerza militar. La gravedad de semejante decisión somete a esta a condiciones rigurosas de legitimidad moral. Es preciso a la vez:
— Que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto.
— Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces.
— Que se reúnan las condiciones serias de éxito.
— Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar. El poder de los medios modernos de destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación de esta condición.Estos son los elementos tradicionales enumerados en la doctrina llamada de la “guerra justa”. La apreciación de estas condiciones de legitimidad moral pertenece al juicio prudente de quienes están a cargo del bien común.
En Irak estamos asistiendo a una guerra provocada por el Ejército Islámico, cuyo comportamiento tiene poco que envidiar al de los peores regímenes genocidas habidos en el mundo. Y, sin embargo, parece que la Santa Sede pretende que a esos salvajes se les puede detener con buenas palabras.
Vaya por delante un hecho. No corresponde a la Iglesia determinar cuándo se dan las circunstancias que justifican una intervención militar. Como dice el Catecismo, ese discernimiento corresponde a los que están a cargo del bien común. Es decir, los gobernantes.
Seamos claros. A Hitler no se le paró con diplomacia. Al contrario, la debilidad en la respuesta a sus provocaciones le fortaleció. El mundo estuvo en un tris de caer bajo su poder. Cuando se produjo el genocidio de Ruanda, nadie hizo nada. O se para a esos salvajes cortacabezas que están conquistando Irak, o su poder aumentará y no habrá manera de pararles sin un conflicto a gran escala. Y solo a un iluso se le puede ocurrir que la manera de impedir la victoria militar del Ejército Islámico se logrará en un despacho.
Luis Fernando Pérez Bustamante
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