Aunque muy poco se sabe sobre estos dos santos, es cierto que el Sinaxario Constantinopolitano y todos los sinaxarios y menologios griegos conmemoran a esta madre y a este hijo el día 13 de junio. Los bolandistas, descuidando la relación entre Ana y Juan, interpretan la palabra “μητέρα” (madre) en el sentido de una fundadora o superiora de una comunidad religiosa, pero no dudan de la existencia de ambos. En fin, fuera una cosa u otra, voy a escribir sobre ellos, identificándome más con lo que dicen las fuentes griegas. De todos modos, inevitablemente, este artículo habrá de ser corto, porque no se puede decir nada más.
Santa Ana de Larisa y su hijo Juan vivieron entre los siglos IX-X. Según nos relata un tal Marcos, fundador de un monasterio de Constantinopla, un monje sacerdote le confió la siguiente historia, de la cual, el mismo fue protagonista: iba de viaje en barco desde Roma a Constantinopla, cuando debido a que el mar se embraveció y empezaron a soplar unos vientos muy fuertes, se vieron forzados a fondear en las playas de una isla deshabitada del Mar Adriático. Este hieromonje aprovechó la oportunidad para pasear por la isla.
No había andado mucho rato cuando vio la sombra de una persona desnuda que le decía: “Hombre de Dios, si deseas ver a esta insignificante persona y ofrecer por mi tus oraciones, tírame una de las ropas que llevas puesta, ya que soy una mujer y estoy desnuda”. El monje le ofreció una prenda y ella, de rodillas y mirando a Oriente, dio gracias a Dios por haberle dado la oportunidad de conocer a un sacerdote. El monje le preguntó de donde era, cómo llegó allí y cuanto tiempo había estado viviendo en la isla. Ella le respondió: “Me llamo Ana, soy griega y mis padres aunque pobres, eras las personas más dignas de la ciudad de Larisa y cuando murieron y quedé huérfana, un convecino se apiadó de mi y me acogió en su casa. Me trataba como si fuera su propia hija y cuando llegó la edad apropiada me casó con su único hijo, sin tener en cuenta mi pobreza y humildad de nacimiento. Pero algunos familiares y amigos, dada mi insignificancia, eran reacios a esta boda. Mi esposo era feliz porque valoraba más la virtud que las riquezas y el noble linaje, pero sus familiares insistían y yo, para no hacer sufrir a mi esposo, decidí abandonarlo en secreto. De esta manera, saliendo de Larisa solo con lo puesto, sin saber que estaba embarazada, llegué a esta isla. Nadie tuve a mi lado para apoyarme y mi hijo nació en esta isla desierta del Adriático”.
Pasaron los nueve meses de embarazo y Ana dio a luz a un hijo varón, a quién crió sola y que ya tenía treinta años cuando el hieromonje llegó a la isla. Tanto la madre como su hijo llevaban una vida miserable, viviendo de lo que en la isla encontraban, pero eran muy piadosos e imploraban cada día a Dios para que le enviara un sacerdote que pudiese administrar el bautismo a su hijo. Por eso, al encontrarse al monje, le dijo: “Ruego a vuestra santidad, reverendo padre, que vuelva a la nave, recoja sus vestiduras sacerdotales y algo de pan y vino, para que celebre la liturgia que nos permita comunicarnos con el santo Cuerpo y la honorable Sangre de Cristo, nuestro Dios y Salvador. También le pido que traiga una vestidura blanca para bautizar a mi hijo y que no hable con nadie acerca de mi”.
Al oír estas palabras, el sacerdote se postró de rodillas en tierra dando gracias a Dios y fue al barco para preparar lo necesario a fin de administrar el Bautismo y celebrar el misterio de la Santa Comunión. Al volver, Ana presentó a su hijo al sacerdote: “Sal, hijo, y reverencia a quién ha venido a iluminarte”. Su hijo obedeció, hizo una reverencia al sacerdote, quién le correspondió de la misma manera. Como el hijo había sido catequizado por su madre, el sacerdote lo bautizó en un manantial cercano, imponiéndole el nombre de Juan. Posteriormente, dio a ambos la Santa Comunión.
Aunque estos datos son confirmados por la “Sinaxaria Selecta” y el “Sinaxario de San Nicodemos”, sin embargo, la “Narrativa” de Pablo de Monemvasia y los sinaxarios más modernos no especifican el nombre impuesto al hijo de Ana. Solo dicen que cuando el hieromonje había celebrado los Divinos Misterios, ambos, madre e hijo, comieron y bebieron la Sagrada Eucaristía.
Cuando el monje se iba, Ana le pidió un último favor: “Padre, por amor de Dios, no comente esto con nadie cuando vuelva a la nave y si quiere comentarlo cuando llegue a Constantinopla, no mencione ni el nombre ni el lugar de la isla, a fin de evitar que vengan personas a encontrarnos”. Pablo de Monemvasia dice que el monje reaccionó con lágrimas en los ojos, dando gracias a Dios por encontrar a personas tan piadosas.
El “Codex Vaticanum Graecus”, editado en el año 1558, termina diciendo que después de estos acontecimientos, tanto la madre como el hijo entregaron sus almas a Dios. Desde el siglo XVI, según el “Menaion” del mes de junio, su fiesta se celebra el día 13 de dicho mes.
Antonio Barrero
Bibliografía:
- BRAUDILLART, A., “Dictionnaire d’histoire et de géographie ecclésiastiques”, París, 1912
- DI GRIGOLI, N., “Bibliotheca sanctórum, tomo I”, Città Nuova Editrice, Roma, 1990.
Enlace consultado (18/08/2014):
http://www.diakonima.gr/2010/01/23/agia_anna_larissaia
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