Homilía Domingo 23º t.o. (A)

(Cfr. www.almudi.org)





(Ez 33,7-9) "Te he puesto de atalaya en la casa de Israel"

(Rm 13,8-10) "Amar es cumplir la ley eterna"

(Mt 18,15-20) "Si tu hermano peca, repréndelo a solas"





--- La oración en familia es muy grata a Dios

Jesús manifiesta con frecuencia que la salvación y la unión con Dios es, en último extremo, asunto personal: nadie puede sustituirnos en el trato con Dios. Pero Él también ha querido que nos apoyemos unos en otros y nos ayudemos en el caminar hacia la meta definitiva. Esta unión, tan grata al Señor, se ha de poner especialmente de manifiesta entre aquellos que tienen los mismos vínculos de espíritu o de la sangre. Esta unidad que exige poner en juego tantas virtudes, es tan deseada por el Señor, que ha prometido, como un don especial, concedernos más fácilmente aquello que le pidamos en común. Así lo leemos en el Evangelio de la Misa: “Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,19-20).

La Iglesia ha vivido desde siempre la práctica de la oración en común, que no se opone ni sustituye a la oración personal privada por la que el cristiano se une íntimamente a Cristo. Muy grata al Señor es, de modo particular, la oración que la familia reza en común; es uno de los tesoros que hemos recibido de otras generaciones para sacar abundante fruto y transmitirlo a las siguientes.



--- Algunas prácticas de piedad en el hogar

“Hay prácticas de piedad ‑pocas, breves y habituales‑ que se han vivido siempre en las familias cristianas, y entiendo que son maravillosas: la bendición de la mesa, el rezo del rosario todos juntos... las oraciones personales al levantarse y al acostarse. Se tratará de costumbres diversas, según los lugares; pero pienso que siempre se debe fomentar algún acto de piedad, que los miembros de la familia hagan juntos, de forma sencilla y natural, sin beaterías.

“De esa manera, lograremos que Dios no sea considerado un extraño, a quien se va a ver una vez a la semana, el domingo, a la iglesia; que Dios sea visto y tratado como es en realidad: también en medio del hogar, porque, como ha dicho el Señor, donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18,20)” (Conversaciones 103).

“Estas plegarias -enseña JP II comentando este pasaje del Evangelio- tiene como contenido "la misma vida familiar" (...): alegrías y dolores, esperanzas y tristezas, nacimientos y cumpleaños, aniversarios de la boda de los padres, etc. señalan la intervención del amor de Dios en la historia de la familia, como deben también señalar el momento favorable de acción de gracias, de petición, de abandono confiado de la familia al Padre común que está en los Cielos. Además, la dignidad y responsabilidad de la familia cristiana en cuento Iglesia doméstica solamente puede ser vivida con la ayuda incesante de Dios, que será concedida sin falta a cuantos la pidan con humildad y confianza en la oración” (Famili. Consor. 59).

La oración fomenta el sentido sobrenatural, que permite comprender lo que ocurre a nuestro alrededor y en el seno de la familia, y nos enseña a ver que nada es ajeno a los planes de Dios: en toda ocasión se nos muestra como un Padre que nos dice que la familia es más suya que nuestra.

"Si alguno no cuida de los suyos y principalmente de su casa, ha negado la fe y es peor que un infiel" (1 Tim 5,8), escribe San Pablo a Timoteo, recordando la obligación que todos tenemos hacia aquellos que el Señor nos ha encomendado.

“La Sagrada Escritura nos habla de esas familias de los primeros cristianos ‑la Iglesia doméstica, dice San Pablo‑, a las que la luz del Evangelio daba nuevo impulso y nueva vida. En todos los ambientes cristianos se sabe, por experiencia, qué buenos resultados da esa natural y sobrenatural iniciación a la vida de piedad, hecha en el calor del hogar. El niño aprende a colocar al Señor en la línea de los primeros y más fundamentales afectos; aprende a tratar a Dios como Padre y a la Virgen como Madre; aprende a rezar, siguiendo el ejemplo de sus padres. Cuando se comprende eso, se ve la gran tarea apostólica que pueden realizar los padres, y cómo están obligados a ser sinceramente piadosos, para poder transmitir ‑más que enseñar‑ esa piedad a los hijos” (Conversaciones 103).

"Ubi caritas et amor, Deus ibi est", “donde hay caridad y amor, allí está Dios”, canta la liturgia del Jueves Santo. Cuando los cristianos nos reunimos para orar entre nosotros se encuentra Cristo, que escucha complacido esa oración fundamentada en la unidad. Así hacían también los Apóstoles: "Perseveraban unánimes en la oración, con las mujeres y con María, la Madre de Jesús" (Act 1,14). Era la nueva familia de Cristo.



--- El Santo Rosario

La plegaria familiar por excelencia es el Santo Rosario. “La familia cristiana -enseña el Papa Juan Pablo II- se encuentra y consolida su identidad en la oración. Esforzaos por hallar cada día un tiempo para dedicarlo juntos a hablar con el Señor y a escuchar su voz. ¡Qué hermoso resulta que en nuestra familia se rece, al atardecer, aunque sea una sola parte del Rosario!

“Una familia que reza unida, se mantiene unida; una familia que ora, es una familia que se salva.

“¡Actuad de manera que vuestras casas sean lugares de fe cristiana y de virtud, mediante la oración rezada todos juntos!”.

El Rosario y el rezo del Angelus -señalaba en otra ocasión el Pontífice- “deben ser para todos los cristianos y aún más para las familias cristianas como un oasis espiritual en el curso de la jornada, para tomar valor y confianza”. “¡Ojalá resurgiese la hermosa costumbre de rezar el Rosario en familia!”.

El Santo Rosario es considerado como “una plegaria pública y universal frente a las necesidades ordinarias y extraordinarias de la Iglesia santa, de las naciones y del mundo entero. Es un buen soporte en el que se apoya la unidad familiar”.


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