De algo carecemos y de algo estamos sobrados


Habiendo dicho el Señor que “donde haya dos tres reunidos en mi nombre yo estaré en medio de ellos” y habiendo con frecuencia experimentado lo difícil que es que dos o tres nos llevemos bien aun cuando la intención sea reunirse en su nombre, me pregunto qué será lo que estamos haciendo mal.




Tenía muchos años de no pertenecer a un grupo parroquial; ahora pertenezco a la comisión de comunicación y vaya montón de obstáculos nos estuvimos poniendo para hacer cualquier cosa que, por más pequeña que fuese, se volvía una escalada al Kilimanjaro.


Otro ejemplo, acabo de leer una entrada en el “Blog de los Lectores” y ¡madre santa!, pero, ¡qué fue aquello! No me refiero a la entrada del generoso colaborador sino a los comentaristas. ¡Cuánta crueldad! ¡Vaya por Dios!


En fin, que así somos y así estamos; pero bien, regresemos al tema que me trajo.


Qué es lo que estaremos haciendo mal para que no podamos funcionar como la Sagrada Familia o como los Doce? De qué carecemos o de qué estamos sobrados para que nuestra vida comunitaria no sea como la de algunas congregaciones religiosas o pequeñas comunidades de laicos que viven ya su fe como si fuera el cielo en la tierra?


Todos estamos en camino de conversión, la primera yo, por lo que me sobra experiencia en pecados de todo tipo como para que cualquier cosa que diga para echar luz sobre el tema me descalifique de inmediato, pero el caso es que así como de pecadora soy, me vengo manejando tal como Pedro por su casa, en las cuestiones que tienen que ver con atender a la gracia cuando se propone echar luz sobre mi propia oscuridad. Así fue como ella echó luz:


En esa comisión de comunicación no habían pasado dos semanas y ya me estaban aislando. No lo comprendí hasta que, en privado, tuve que ir ofreciendo confianza a los miembros para que me indicaran en qué podría estar fallando. De ahí concluí lo siguiente:


Primera cosa:

1. Si lo aíslan no debe ser porque los demás sean un incordio sino porque, muy al contrario, hemos de serlo nosotros.

Segunda:

2. Esos otros también tienen sus pecados ya que lo lógico habría sido que hubieran hablado conmigo antes que haberme aislado.

Tercera:

3. Incordio e incordiados somos todos pecadores.


Ahora bien. Cuál es el remedio a todo esto?

1. Atender a la gracia. Punto.


Miren, me hubiera alejado definitivamente del grupo si no hubiera clamado con vehemencia y esperado contra toda esperanza la ayuda del cielo; eso hice y funcionó magníficamente ya que, luego de haber puesto nuestras diferencias en claro con humildad, total sinceridad, respeto y honradez, jamás se hubiera hecho justicia ante la cual, finalmente, respiramos todos aliviados.


Eso digo, de algo carecemos (de la urgentísima necesidad de atender a la gracia) y de algo estamos sobrados (de la augusta soberbia) para que, cuando “nos reunimos en su nombre” no pareciera que esté Jesús en medio nuestro ya que no conseguimos comportarnos como Jesús, María y José o como los Doce.


Pues eso.


Señor, ¡que tu gracia nos ilumine como nos ilumina el sol!. Amen.




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