Arquitectura natural

Arquitectura natural RRL

Daniel León Cueva

Cualquiera de los inmortales Diseñadores, Escultores o Arquitectos de los tiempos faraónicos, de la Antigua Grecia, de la Roma Imperial, de la Edad Media o la Renacentista, de China, Japón, o de los grandes Imperios y Culturas de la América Precolombina, seguramente se embelesó y quedó absorto al contemplar el Arte fraguado y tejido por la Madre Naturaleza.
Bien decía Jesús que ni el Rey Salomón, en toda su fastuosidad, pudo vestir las galas que ostentan las flores del campo.
Otros advierten, a los presuntuosos, que sus pretensiones de apariencia y protagonismo no rebasan muchas horas del reloj ni suficientes hojas del calendario. Son “flor de un día”.
Sin embargo, ella cumple con su momento, con su sitio y razón de ser. Desde su capullo, embriona la belleza de sus formas, la esplendidez de su color, la fragancia de su aroma; convoca a la vista, al olfato al tacto; causa admiración; provoca lo mismo contemplación que comentarios laudatorios.
Por ejemplo, diríamos, con San Francisco de Asís y su tocayo el Papa actual: “¡Alabado seas, mi Señor!”

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