El sabio Periodista, amigo de la modestia

In memoriam

Sandoval Godoy Homenaje

Luis de la Torre Ruiz
Ciudad de México

Don José Luis Meza Inda:
Cómo que te vas así, sin esperarme para echar una buena platicada sobre los absurdos de esta vida, que pasó frente a nosotros sin poder modelar un ápice de su engreída y pedestre manera de secuestrar la humanidad.
Ah, cómo quisiera haberte alcanzado con ánimo para hacer una serie de cartones y caricaturas destrozando el aburguesamiento y el aburrimiento de una Sociedad harta y desconcertada por no atinar a atender el espíritu ni la inteligencia. Pero, ya lo que querías era partir cuanto antes. Estabas sufriendo demasiado, quizá para llegar más limpio a las puertas de lo Eterno.
El misterio del dolor está muy lejos de nuestro entendimiento. No atinamos a ubicarlo como desgracia o como cárcel de un Dios Amor Misericordioso. Nos hacemos bolas y le damos al dolor explicaciones erróneas que llevan a crearse sectas de saneamiento con el lema “Pare de sufrir”. Tu acendrada Fe debió haber sido tu fortaleza. Una Fe sustentada en tu paso por el Seminario. Una Fe que no cuestionaste ni predicaste, pero que era parte de tu integridad.
Cuando yo andaba dando traspiés como creyente y revolucionario, tú me hacías ver que estaba equivocando mis pasos; y si no te atendía, recurrías a la ironía con que calabas hondo y me hacías reflexionar hasta cortar de tajo mis andanzas por el Hades.
No sé hasta qué punto tus últimos sufrimientos quebrantaron tus ganas de vivir. Y no era para menos. Nada te importaba ya. Quizá pensabas, con Borge: “Voy a morir. / Quiero ser un recuerdo, / pequeño como un grillo, / grande como un limón…/ Voy a morir, / para seguir viviendo”.
Pero es que, desde tiempo atrás, no tenías el mayor interés en ser protagonista de nada. Habías renunciado a laureles y reconocimientos desde que escribiste “Los hipócritas”, hace medio siglo. Por allí te dieron el “Clemente Orozco”, y aun te propusieron para el Premio Jalisco, que felizmente no te lo concedieron. Tú estabas más allá. Para ti, los premios eran algo tan superficial, que no le llegaban a tu ego. Tu ego era más grande. Aquel tu primero y único libro no tenía, para ti, la altura que pretendías, y lo tiraste al olvido. Te veías frustrado. Lejos de Kafka, lejos de Bloy, lejos de tus ambiciones. Y es que apuntabas muy alto y había que escalar pacientemente los acantilados que te llevaran a la cumbre. Pudiendo hacerlo, no sé por qué no lo hiciste. Pero, bueno… Lo hecho, hecho está, y cada quien hace de su vida un papalote. Y de eso, sólo al Creador hay que darle cuentas.
Ante tu exigencia para llegar a ser un Escritor de polendas, te refugiaste en el Periodismo Cultural de una ciudad apapachadora, donde tu crítica resultaba novedosa por tener un tanto de tu vitriólica ironía. Yo ya no tuve oportunidad de seguir tus pasos como Periodista Cultural “al servicio de mi padre” en el prestigiado y encastillado Informador. Pero me bastó aquel Prólogo que le hiciste a mi Libro de Caricaturas “Unos monos más o menos monos”, para darme cuenta de que estabas vivo.
Cuando me dio la puntada de exhibir veinticuatro óleos sobre El Quijote, en el Hotel Hilton, te portaste conmigo de lo más condescendiente, y te guardaste tu guadaña. Te lo agradecí, pero te aseguro que no me hubiera extrañado, para nada, que me hubieras cortado la cabeza. Si yo ya no había sido pintor, ¿qué fregados andaba haciendo en esas Artes?
Hoy me he atrevido a publicar unas Memorias tan memoriosas, como soñar que se ha vivido. Y, como se va a hacer una nueva edición, estaba por ir a verte para que me hicieras el Prólogo con el bisturí de tu pluma. ¡Ah, cómo me hubiera gustado! Pero ya tenías prisa, y las condiciones en que te encontrabas no eran para esperar un día más. Ya no se me concedió visitarte ni tener de ti un juicio a fondo sobre mis pretensiones literarias. Te me adelantaste. Deseo, de todo corazón, que estés recibiendo tu recompensa en el Seno del Padre.

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