Cuando supe que Donald Trump estaba decididamente a favor del Brexit, no tuve la menor duda: había que hacer lo contrario.
Para un europeista como yo, hoy día del Brexit es un día triste. Económicamente todo va a seguir igual con ese país. Es decir, muchos meses antes de la salida de la Unión Europea se puede pactar que, a nivel económico, todo siga exactamente igual en las relaciones entre la Unión y el Reino Unido. Eso se puede hacer y, sin duda, se va a hacer, ciertamente con algunos ajustes, con algunos matices.
El problema no es el dinero, el dinero siempre se pone de acuerdo. La Unión era algo que iba mucho más allá de las finanzas. Si cada país comienza a replegarse más, si nos vamos dando la espalda unos a otros, todos perderemos. La Unión era un mecanismo que, además, reñía a los gobernantes cuando algo no lo hacían bien. Y les reñía con poder, con capacidad incluso para poner multas. La Unión ha tenido un efecto muy beneficioso (aunque poco conocido para los votantes) a la hora de llamar la atención a los que gestionaban nuestro dinero. También, por poner otro ejemplo, a nivel de la Justicia. Ya no digamos nada a la hora de hablar con fuerza en el marco internacional: contaminación, piratería, etc, etc.
El contagio de este espíritu del Brexit va a ser inevitable. Más estados amenazaran con salirse si no se hace lo que ellos quieren. En un mundo que necesita urgentemente una toma de decisiones cada vez más conjunta, Europa se disgrega, reconstruye fronteras, se repliega a considerar sus propios intereses y no los comunes. Sí, hoy es un día triste.
Un planeta cantonalizado sería una selva. Hay muchos intereses nada nobles interesados en que todo siga como está. Hay tantas cosas que se podrían haber hecho hace ya decenios y que nos hubieran beneficiado a todos, pero que siguen quedándose en el archivo de proyectos, hoy por hoy, irrealizables.
Al final, hay una lucha por un lado entre la racionalización y la unión de la Humanidad como una única familia de individuos totalmente iguales, y por otro lado un discurso aislacionista de naciones que quieren pactar todo, punto por punto, nación con nación.
En un lado, están los que defienden el imperio de la razón. En el otro lado, los que defienden el orgullo de su patria como si ésta fuera Venus salida de la espuma de las aguas sobre una concha y empujada por el soplo de dioses alados bajo una lluvia de flores.
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