Calixto fue el primer Papa “liberto”; es decir, tuvo la condición de esclavo -estuvo sometido al durísimo trabajo en las minas-, pero llegó a obtener su libertad. Una vez libre, se entregó completamente al servicio de la comunidad cristiana.
San Ceferino, su predecesor en el pontificado, lo convirtió en su hombre de confianza y le encargó el cuidado y administración de las catacumbas. Estas cumplían la función de cementerio para los miembros de la comunidad cristiana, pero, como se sabe, terminaron convirtiéndose en refugio durante las persecuciones. Bajo la administración de Calixto, las catacumbas llegaron a tener hasta 4 niveles y más de 20 kilómetros de corredores. En la actualidad, las llamadas “Catacumbas de San Calixto” son uno de los principales lugares históricos de Roma. En ellas reposan los restos de papas, mártires y santos.
En el año 217, a la muerte del Papa San Ceferino, Calixto fue elegido Sumo Pontífice. Durante su pontificado soportó la férrea oposición de un sector de la Iglesia, liderado por Hipólito, quien lo acusó de ser indigno de su cargo. Para Hipólito un liberto carecía de la dignidad apropiada para conducir la Iglesia. De la misma manera, se oponía a que hombres que hubiesen dejado atrás la poligamia o el concubinato pudiesen ser ordenados sacerdotes, sin importar que hayan pedido perdón y convertido sus vidas a Cristo. Similares restricciones y rechazos pretendía Hipólito para otros cristianos conversos, o para aquellos que habían cometido apostasía y querían regresar al seno de la Iglesia. El espíritu pastoral de Calixto rechazó todas estas formas de rigorismo al considerarlas contrarias al mandato de la caridad dado por Cristo.
Lejos de cambiar de actitud, Hipólito acusó sin éxito a Calixto de ser, además, un propagador de herejías sobre la Trinidad.
Sus últimos días
Víctima de la persecución contra los cristianos, San Calixto fue apresado y encerrado en una mazmorra, sin comida y sin luz. Semanas después fue encontrado tranquilo y saludable. Hoy, la tradición conserva el testimonio concluyente de sus palabras:
"Acostumbré a mi cuerpo a pasar días y semanas sin comer ni beber, y esto por amor a mi amigo Jesucristo, así que ya soy capaz de resistir sin desesperarme".
La autoridad imperial dispuso que, al no haber negado su fe, el Papa fuese echado a un profundo pozo y que la boca del hoyo fuera cubierta con tierra y escombros. San Calixto murió allí, enterrado vivo. Hoy, se sabe que sobre aquel pozo se alza la Iglesia de Santa María en Trastevere.
Las Actas de los mártires dan cuenta de un dato adicional: San Calixto fue el segundo Papa mártir, después del Apóstol San Pedro.
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