El 5 de octubre la Comisión Independiente sobre Abusos en la Iglesia Católica en Francia (CIASE), publicó un informe que reveló que desde 1950 unos 330 mil menores fueron víctimas de abusos en ese país por parte de sacerdotes o religiosos.
Ese día, Mons. Éric de Moulins-Beaufort expresó su pesar y su vergüenza, así como su solidaridad con las víctimas de estos crímenes.
El 6 de octubre, el Prelado concedió una entrevista a FranceInfo en la que señaló que “el secreto de confesión es más fuerte que las leyes de la República”, lo que detonó la indignación de las autoridades laicistas y el Arzobispo se vio forzado a tener una reunión con el ministro del Interior, Gérald Darmanin para aclarar “la torpe formulación de su respuesta”
Luego de la reunión, el episcopado francés publicó un documento el 12 de octubre en el que se señala que los casos de abusos sexuales “imponen a la Iglesia revisar sus prácticas a la luz de esta realidad. Es necesario entonces un trabajo para conciliar la naturaleza de la confesión y la necesidad de proteger a los niños”.
Como consecuencia del confuso retroceso frente a la afirmación inicial, la prensa francesa y buena parte de la prensa mundial ha interpretado que la Iglesia ha cedido a la presión y que está dispuesta a violar los secretos de confesión referidos al abuso de menores.
Entre estas figura la agencia Reuters, que el 12 de octubre tituló una nota en inglés así: “El principal obispo de Francia reconoce que la ley precede al secreto de confesión”; algo similar a lo indicado por France24. AJ+ publicó en Twitter que “el principal obispo de Francia dice que los sacerdotes tienen que reportar el abuso sexual escuchado en confesión”.
¿Qué dice la Iglesia sobre el secreto de confesión?En julio de 2019 la Penitenciaría Apostólica del Vaticano publicó una nota sobre la importancia del fuero interno y la inviolabilidad del sigilo sacramental con dos fines: resaltar la importancia y favorecer una mejor comprensión de estos conceptos “que hoy parecen haberse convertido en extraños para la opinión pública y a veces para los mismos ordenamientos jurídicos civiles”.
“El secreto inviolable de la confesión proviene directamente de la ley divina revelada y está enraizado en la naturaleza misma del sacramento, hasta el punto de no admitir ninguna excepción en el ámbito eclesial ni en el ámbito civil”, afirma la nota.
“La Iglesia siempre ha enseñado que los sacerdotes, en la celebración de los sacramentos, actúan ‘in persona Christi capitis’, es decir, en la misma persona de Cristo cabeza. Incluso en el ‘yo te absuelvo’ –porque ninguno de nosotros podría absolver de los pecados– es el ‘yo’ de Cristo, de Dios, el único que puede absolver”.
La nota señala asimismo que “cada penitente que acude humildemente al sacerdote para confesar sus pecados testifica así del gran misterio de la Encarnación y de la esencia sobrenatural de la Iglesia y del sacerdocio ministerial, a través del cual Cristo resucitado viene al encuentro de los hombres, toca sacramentalmente –es decir, realmente– sus vidas y los salva”.
Por eso “la defensa del sigilo sacramental por parte del confesor, si fuera necesario usque ad sanguinis effusionem (hasta la efusión de la sangre), representa no solo un acto de obediente ‘lealtad’ hacia el penitente, sino mucho más: un testimonio necesario –un ‘martirio’– dado directamente de la unicidad y universalidad salvífica de Cristo y de la Iglesia”.
El sigilo sacramental está regulado por los cánones 983, 984 y 1388, además del numeral 1467 del Catecismo de la Iglesia Católica que establece que “dada la delicadeza y la grandeza de este ministerio y el respeto debido a las personas, la Iglesia declara que todo sacerdote que oye confesiones está obligado a guardar un secreto absoluto sobre los pecados que sus penitentes le han confesado, bajo penas muy severas”.
“Tampoco puede hacer uso de los conocimientos que la confesión le da sobre la vida de los penitentes. Este secreto, que no admite excepción, se llama ‘sigilo sacramental’, porque lo que el penitente ha manifestado al sacerdote queda ‘sellado’ por el sacramento”, agrega el Catecismo.
La nota del Vaticano explica que la prohibición absoluta impuesta por el sigilo sacramental es tal, “que impide que el sacerdote hable del contenido de la confesión incluso con el mismo penitente, fuera del sacramento, ‘salvo explícito, y mucho mejor si no se pide, consentimiento de parte del penitente”.
Por lo tanto, “el sigilo también va más allá de la disponibilidad del penitente, quien, una vez celebrado el sacramento, no tiene la potestad de relevar al confesor de la obligación del secreto, porque este deber viene directamente de Dios”, resalta la nota del Vaticano.
“Ante la presencia de pecados que constituyan delitos, no se permite nunca poner al penitente, como condición para la absolución, la obligación de entregarse a la justicia civil, en virtud del principio natural, implementado en todo ordenamiento jurídico, según el cual ‘nemo tenetur se detegere’ (nadie está obligado a incriminarse)”.
Sin embargo “y al mismo tiempo, el arrepentimiento sincero, junto con la firme determinación de enmendarse y no repetir el mal cometido, pertenece a la misma ‘estructura’ del sacramento de la Reconciliación, como condición para su validez”.
“Si hay un penitente que ha sido víctima de la mal de otro, será una preocupación del confesor instruirlo sobre sus derechos, así como sobre los instrumentos jurídicos a los que pueda recurrir para denunciar el hecho en el foro civil y/o en el foro eclesiástico e invocar justicia”.
En ese sentido, prosigue la nota del Vaticano, “cualquier acción política o iniciativa legislativa que busque ‘forzar’ la inviolabilidad del sigilo sacramental constituiría una ofensa inaceptable contra la libertas Ecclesiae (libertad de la Iglesia), que no recibe su propia legitimidad de los estados individuales, sino de Dios; y también constituiría una violación de la libertad religiosa, que es base jurídica de otras libertad de los ciudadanos como la libertad de conciencia de los penitentes y confesores”.
“Violar el sigilo equivaldría a violar al pobre que está en el pecador”, subraya.
La nota también resalta que “en un tiempo de comunicación masiva, en la que toda la información se ‘quema’ y con ella a menudo, lamentablemente, también se afecta parte de la vida de las personas, es necesario volver a aprender la fuerza de la palabra, su poder constructivo, pero también su potencial destructivo”.
“Debemos velar que nadie viole el sigilo sacramental y que se guarde siempre celosamente la necesaria reserva vinculada al ejercicio del ministerio eclesial, teniendo como único horizonte la verdad y el bien integral de las personas”.
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