Éste es el último post sobre mi retiro espiritual. Las fotos que he puesto son pocas y no muy buenas. Pero es que el penúltimo día le dije al sacerdote que organizaba el retiro si podía pedirles permiso a los curas para sacarles alguna foto rezando en la capilla. Su negativa fue rotunda. No hubiera reaccionado peor si le hubiera sugerido hacer un aquelarre en la cocina con un macho cabrío.
Al final, tras usar todo mi poder de convicción, logré arrancarle (más bien por cansancio) un haz lo que quieras, pero yo no sé nada. Me hizo gracia que ese sacerdote de la prelatura hubiera descubierto por fin la piedra angular que lleva rigiendo desde hace siglos la relaciones entre el episcopado y su clerecía: Haz lo que quieras, pero yo no sé nada.
Ésa fue la razón de que haya podido poner tan pocas fotos y no muy buenas.
El último día hacía rabiar a don Máximo, un anciano sacerdote de Guadalajara, ahora en Madrid, diciéndole al sacerdote de la Prelatura, el organizador del retiro, que don Máximo había recibido visto con claridad en este retiro que al Opus Dei le faltaba algo.
-¿Qué es lo que le falta a la Obra?
-Monjas. Le faltan monjas.
-¿¡Comooo!?
-Sí, dice que deberíais fundar unos cuantos monasterios en los que las monjas del Opus Dei guardaran mucha clausura y estuvieran revestidas en gruesos hábitos.
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