Hoy no tenía guardia en el hospital. He dedicado parte de la mañana a revisar las carpetas del ordenador donde guardo mis escritos. Hasta que no acabe mi obra sobre San Pablo, el resto de libros seguirán durmiendo, aguardando el mes o año en que mis dedos los despierten a la luz. Mis dedos, porque todos requieren siempre de una última revisión.
Repasaba esta mañana el índice de mis obras publicadas. Índice que, incluso para mí mismo, está online en Biblioteca Forteniana. Sólo faltan en él cuatro obras publicadas en papel y, de momento, todavía no a disposición de los lectores de forma gratuita.
Se lo decía a alguien con el que hablaba por teléfono hace unos días: yo creo que hubiera sido un buen profesor de universidad. La vida diocesana me ha llevado a ejercer un cierto magisterio a través de mis libros. Me he encontrado cada día no dando una clase, sino retocando este párrafo o añadiendo esta línea o corrigiendo una argumentación.
No oculto que hubiera sido muy agradable para mí un entorno como el de Tierras de penumbra. Una película que no me gusta, pero en la que el papel de John Wood me entusiasma. Si tuviera que elegir un rostro como profesor en Oxford me elegiría el de John Wood sin ninguna duda.
Hubiera sido una vida muy distinta. En la que mi labor hubiera sido la palabra hablada, la palabra que desaparece. Una vida más rica en conversaciones y debates. Pero los aburridos lectores de siglos futuros no se hubieran encontrado con el índice que hoy día ya existe. Sin duda hubiera existido un menor número de obras mías pero más eruditas, más académicas. Quizá era eso lo que no debían ser mis obras. Debían ser más imperfectas, más vitales, con más errores, más atanasiokircherianas.
Ese índice de obras es mi vida. Las títulos que lo completarán son mi futuro. No infrecuentemente me pregunto si se salvará alguna de mis obras dentro de tres siglos. Con toda honestidad me pregunto si tendrán interés a los ojos de esos lectores futuros para los que he trabajado día tras día.
A ratos pienso que tal vez mi obra no valga gran cosa. A ratos me alegra pensar que millares de personas valorarán este laberinto de pensamiento que he creado, pero que sobre él debe caer el polvo de siglos. Lo que os puedo asegurar es que nunca se me ha pasado por la cabeza es quemar mi obra como ese buen dominico medieval creador de sed contras. Ni eso ni quemarme a lo bonzo.
Ferrán, te envidio un poco. Has de saberlo, te envidio. Hoy me haré una buena paella de chipirones con arroz negro para compensar este tipo de deficiencias. Pensaré algo exquisito para el postre entre libro y libro.
Publicar un comentario