Por Fernando PASCUAL |
Deseamos mil cosas. Realizamos otras tantas. En el fondo del corazón, la pregunta: ¿hicimos lo bueno? Una pregunta que equivale a esta otra: ¿vivimos éticamente?
Porque la ética no es una teoría abstracta que sirve para aprisionar los propios deseos, sino una reflexión sobre cuál sea el verdadero bien del hombre; del hombre en general, y de cada hombre en particular.
La ética está, por lo tanto, en una relación íntima y profunda con el bien, con aquello que permite alcanzar la plenitud de cada ser humano. Solo así se entiende la ética, porque lo único que busca es guiarnos hacia el bien.
Entonces, ¿cómo afrontar el pluralismo ético? Porque hay muchas teorías éticas, lo cual es lo mismo que decir que hay maneras diferentes de pensar en el bien, o pluralidad de caminos para conseguirlo.
El pluralismo ético surge por muchos motivos, de tipo personal o cultural. Porque algunos, según sus reflexiones, concluyen que el bien consiste en el placer, mientras que otros buscan el poder, otros la contemplación, según ya explicaba Aristóteles.
Porque otros piensan de acuerdo a la sociedad en la que viven. Un adolescente que se deja arrastrar por algunos de sus amigos podrá suponer, erróneamente, que el bien consiste en emborracharse, disfrutar de la vida y evitar el esfuerzo.
El pluralismo exige un esfuerzo por separar el trigo de la paja, porque no cualquier teoría ética es correcta. Ese esfuerzo es posible si comprendemos lo que significa la condición humana, cuál es su origen y cuál su destino.
En las visiones antropológicas que niegan la espiritualidad y que ven al hombre como un producto casual de la evolución, habrá teorías éticas que dependan de la importancia que otorguen a algún aspecto de la vida, por ejemplo considerar como bueno todo aquello que permita una más larga supervivencia en la tierra.
En las visiones que afirman la espiritualidad humana como parte integrante del ser humano “dual” (cuerpo y alma), el bien tiene que ser integral, del hombre en su condición biológica y en su condición de ser capaz de pensar y amar en el tiempo y en la eternidad.
Para evitar los riesgos de pluralismos éticos que se basan en concepciones equivocadas sobre el hombre, hace falta construir una teoría ética que responda a nuestras aspiraciones ineliminables y que esté de acuerdo con una antropología correcta y bien fundamentada. Solo así esa teoría podrá guiarnos hacia el bien verdadero y hacia la felicidad completa que tanto anhela el corazón humano.
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