Me gustaría decir algunas cosas más respecto al post de ayer. No se vive del mismo modo el tiempo si uno cree que ese camino le lleva ineludiblemente al abismo. Yo creo en el Orden. Creyendo en el orden divino, soy consciente de que me encamino hacia el Ser Infinito, otro tipo de abismo.
Si dirigirse hacia el abismo de la nada, produce vértigo, dirigirse hacia el Abismo del Ser Infinito produce otro tipo de vértigo. El resultado es que, desde que conocí la gran teología, he tenido la sensación de estar dañando la eternidad, mi eternidad. Cada hora que no se ocupa en lo más perfecto, produce un daño irreparable en la felicidad que gozaré para siempre.
Desde una óptica protestante, no hubiera tenido esta sensación. Pero desde una óptica católica, sí. No hace falta decir que no hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que la lógica está a favor del catolicismo en este punto. Lo que siempre me ha fastidiado mi deseo de tomarme ciertas libertades ha sido la lógica de Aristóteles.
Resultado de todo esto ha sido el que para mí el Tiempo siempre fuera algo muy presente en mi vida, algo casi palpable. Y este espectro se me ha presentado siempre en forma de resta, la más cruel de las restas. Observo, eso sí, que el río del tiempo se ha remansado en mi vida. Sus aguas fluyen con más languidez. Es el tiempo sereno.
Contrariamente a lo que pudiera parecer, soy una persona muy humilde. Alguien que tiene muy presente al Tiempo no se hace ilusiones acerca de su inmisericordia. Ningún monstruo irreal, ninguna bestia real, mastica tan lentamente a sus víctimas como el Tiempo.
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