Cuando el odio y la religión impiden ver a la persona

Cuando el odio y la religión impiden ver a la persona

Cuando Tommy Mair encaró a Jo Cox, no quiso ver a la persona que tenía enfrente. Probablemente no intercambió miradas con la diputada inglesa. Cegado por la radicalidad de sus convicciones ideológicas y odios, Tommy apuñaló y disparó mientras gritaba consignas y acusaba a Jo de traidora.  Jo Cox fue una mujer comprometida con su país y se involucró en diferentes ONG con el deseo de hacer algo por el mundo. Fue directiva de Oxfam y posteriormente entró en el terreno político. Era madre de dos hijos. Sus familiares y amistades la describen como un gran ser humano. Ahora la lloran.

Cuando Omar Mateen entró en el bar Pulse de Orlando, no vio a grupos de personas conviviendo y festejando. Cegado por la radicalidad de sus convicciones religiosas y odios, Omar disparó contra quienes se permitían ser y hacer lo que él, por sus complejos y traumas, no se permitía (varias veces, a escondidas, había visitado este club). Mató a 49 personas e hirió a otras 50, es decir, ha dejado llorando a 100 familias, incluida la suya.

Hay semanas en que el mundo parece que enloquece. Ver o leer noticias deja a uno sin esperanza. No todo está perdido, cierto, pero remontar el marcador de la sinrazón no es fácil. Una pregunta me da vueltas: ¿qué hay que hacer desde cada religión para no atizar los fuegos del odio y generar ambientes de mayor respeto y fraternidad? Creo que la clave está en apostar más por el diálogo, la inteligencia y no dejar de ver a las personas afectadas y a las víctimas concretas.

Si pienso en mi país, México, en últimas fechas se ha discutido una iniciativa de ley que tuvo el Presidente respecto a legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo y la posibilidad de que estas uniones adopten hijos. Esto ha desatado una oleada de inconformidades, descalificaciones y movilizaciones de parte de grupos católicos y algunas figuras de la Iglesia. Llama la atención que, ante el drama que por años han vivido los migrantes centroamericanos que intentan atravesar México para llegar a Estados Unidos (EUA), estos grupos y jerarcas no han tenido gestos de solidaridad. Cientos de centroamericanos mueren arrollados por los trenes, de inanición en la soledad de los desiertos del norte, por la violencia criminal o la corrupción policial. Desgraciadamente, el ejemplo de Las Patronas no ha cundido y son la excepción que confirma la regla. Ante la tragedia de los migrantes centroamericanos, los mexicanos volteamos para otro lado y, como Iglesia, optamos por enfocar nuestra atención en otros asuntos, como el rechazo a esta propuesta de ley.

Claro que es importante el debate en lo que respecta a la adopción. Para que un niño crezca con lo mínimo necesario y sea, en el futuro, una persona funcional, necesita que alguien lo ame incondicionalmente y se haga cargo de él con responsabilidad. Claro, el adulto que adopta tiene que ser una persona funcional. No todo heterosexual es capaz de asumir a un menor en adopción, pero sí algunas parejas o incluso, alguien en lo particular. Creo que lo mismo aplica en el caso de que sea homosexual. Quizá no todos, pero sí algunos. Y que las instancias correspondientes analicen caso por caso y decidan. Y si del argumento paso a pensar en personas concretas, tengo algunos amigos que no les ha sido fácil asumir su ser gay, en buena parte por el rechazo familiar o social –y eclesial–, y son personas funcionales, maduras, equilibradas e íntegras, que han sido ejemplo de honestidad para sus sobrinos.

Me ha venido bien releer, después de la matanza en Orlando, el texto de Fernando Vidal sobre Cristianismo sin homofobia. Me parece muy pertinente su señalamiento respecto a que, el propio Cristo, pondría su cuerpo en medio de las piedras para defender a las víctimas homosexuales. Cristo tenía la capacidad de mirar al rostro, cruzaba miradas con quien tenía enfrente. Su mirada no condenaba, estaba llena de misericordia. Así vio a la mujer adúltera y a Pedro cuando recién lo había negado. Creo que aquí está la clave para que, desde la religión, no caigamos en ideologías que ciegan, ni en fanatismos, ni en odios sostenidos por fundamentalismos. Ser cristiano es seguir los pasos de Jesús y ver al otro, al diferente, al que no es como yo, con la mirada que Él le dedicaría y así tratarlo.

@elmayo

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