Norma Barba
Creer que se está atrapado en un cuerpo que no es el suyo y que se nació con el género equivocado; experimentar confusión, dolor, molestia y angustia por no aceptarse e identificarse con su sexo, esa es la experiencia que viven los niños llamados transgénero.
Vestirse de chica siendo un varón; querer el cabello largo; jugar con muñecas; querer ser como la hermana, o viceversa; si es niña, querer ser chico, vestir como tal, jugar con coches y relacionarse como varón, son sólo algunas de las conductas que presentan.
Comportamientos y pensamientos que reflejan una falta de identidad y aceptación de sí mismos; que no tienen orígenes físicos ni biológicos, sino psicológicos y relacionales, que son superables con ayuda familiar y profesional adecuada.
Definición clara
Según el DSM-V (Manual Diagnóstico y Estadístico de Enfermedades Mentales), hasta un 98% de los niños y un 88% de las niñas con género confuso aceptan finalmente su sexo biológico tras pasar la pubertad de forma natural.
No se nace transgénero, sino sólo hombre o mujer, con un sexo definido que no sólo se refleja en lo genital, sino en la composición cerebral y hormonal que lo hacen ser, pensar y actuar de una manera determinada. Y no es sino hasta los dos años de edad cuando se empieza a tener conciencia de su identidad. De aquí la importancia de ofrecer modelos reforzantes.
Para el Dr. Miguel Barrios Acosta, Especialista colombiano en el tema, “no existe ninguna causa genética ni hormonal que la origine”. Mientras que para el Colegio Americano de Pediatría, en su Documento La ideología de género hace daño a los niños, publicado el 21 de marzo de 2016, claramente se trata de un problema psicológico objetivo, a “consecuencia de las percepciones subjetivas del niño, de sus relaciones y de sus experiencias adversas desde la infancia, y que, por lo tanto, debe tratarse como tal”.
Sin embargo, hasta hace poco más de tres años, en diciembre de 2012, la APA (Asociación Estadunidense de Psiquiatría) dejó de considerar el transgénero como una enfermedad mental de identidad sexual, publicando en el DSM-V exclusivamente la disforia de género como patología.
Es decir, que médicamente sólo se atiende la tristeza, enojo y depresión que sufren por no ser del sexo que creen que son. Y por no vivir en la Sociedad como tal (vestir, llamarse, acreditarse, acceder a sanitarios, etc.) y ya no el problema de origen que genera esas emociones negativas.
Con esto, suceden dos cosas: Primero, al desviar la resolución del problema, se deja al niño desprotegido de un tratamiento adecuado, dándole sólo paliativos, prorrogando e incrementando su sufrimiento. Y segundo, se obliga a que las Sociedades incluyan acciones, leyes y políticas que les reconozcan, para no sentirse discriminados.
De ahí que cada vez haya más legislaciones como la sueca, la norteamericana y la española, que establecen ‘Clínicas de Género’ y servicios médicos, incluso gratuitos, para lograr la reasignación de sexo mediante tratamientos hormonales e inhibidores de la adolescencia, hasta llegar a operaciones definitivas.
Pero, ¿esto realmente les ayuda a estar mejor?
De acuerdo con el Colegio antes citado, estos tratamientos químicos y quirúrgicos no son recomendables, pues inducen un estado de enfermedad e “inhiben el crecimiento y la fertilidad en un niño que antes era biológicamente sano”.
Además de provocar hipertensión, coágulos de sangre, derrame cerebral y cáncer por el tratamiento de hormonas cruzadas, se incrementan hasta en un 20% la probabilidades de suicidio en edad adulta.
¿Por qué, entonces, incentivar el engaño de que se nace transgénero? ¿Que es un error de la Naturaleza que debemos aceptar? Y, aún más, ¿por qué sujetar a la Sociedad a adecuarse a estas mentiras bajo la bandera del respeto y la no discriminación?
Sencillamente, porque forma parte de una ideología utilitaria, donde no importa la persona, sino lo que pueda obtenerse de ella.
¿Será, acaso, por los más de 140 mil 450 dólares que cuesta la transformación de género por persona, y de la que obtienen pingües ganancias grandes industrias farmacéuticas y médicas?
¡Humanicémonos con la verdad!
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