Escuela de Oración, Clase 5
Pbro. Adrián Ramos Ruelas
Razón de sentido
¿Quiénes somos?; ¿a dónde vamos?; ¿cuál es nuestra meta última en la vida? Estas preguntas, y otras más, que son para nosotros fundamentales y trascendentales, nos hacen sentir la necesidad de orar, de aferrarnos a algo o a Alguien que nos dé seguridad. Los que tenemos Fe y creemos en Dios, tenemos en la oración el espacio y el tiempo para preguntarnos delante de Él todas esas cosas y esperar su respuesta.
La oración no es meditación ni hacer filosofía. Es saber dirigir nuestros afectos, pensamientos, sentimientos, a una persona que sabemos real, existente, y que se nos ha revelado. Los cristianos conocemos a Dios por medio de Jesús, el Verbo Encarnado, que ha convivido entre nosotros. Él nos ha enseñado, de igual modo, a dirigirnos en el silencio a nuestro Padre. Nos ha enseñado a orar y a experimentar esa necesidad de orar para no caer en la tentación.
Con Él, hemos aprendido a dar gracias, a pedir perdón, a interceder, a alabar a Dios por las maravillas de la Creación. En fin, nos ha motivado a confiar en Dios, aun en medio de las dificultades. Toda su vida estuvo trazada por la oración y la acción. Por eso nos hablaba de la necesidad de orar con insistencia, no como una acción aislada, sino como una forma de vida, una actitud.
¿PODEMOS VIVIR SIN ORAR?
Algunos Padres de la vida espiritual comparan muy bien el hábito de orar con la necesidad de respirar y de alimentarse. Hay necesidad de respirar para vivir, así como la hay de orar para alimentar el espíritu.
Importante es reconocer que el que hace oración se pone delante de una Persona Divina, de un Ser que es capaz de escuchar, de hablar y de entrar en comunicación. La oración es un coloquio, un diálogo entre dos personas que se conocen y se aman. Santa Teresa de Jesús decía, acerca de la oración, que orar es hablar a solas de amor con Aquél que sabemos que nos ama. Todos los seres humanos tenemos necesidad de amar y de ser amados, de relacionarnos, de platicar, de expresar lo que sentimos, de compartir nuestras vidas.
Según el Catecismo de la Iglesia Católica, la oración es la elevación del corazón a Dios. Cuando un hombre ora, entra en una relación viva con Dios (2558-2565).
El Filósofo alemán protestante Søren Kierkegaard decía que “orar no es oírse hablar a uno mismo; orar es quedarse en silencio y esperar hasta que el orante oiga a Dios”.
ORAR PARA ENSANCHAR EL CORAZÓN
El amor crece, en la medida que conocemos mejor a alguien. Esto mismo ocurre en la oración. A medida que crece el gusto por la oración, crece el afecto por Dios, y viceversa; mientras más amamos a Dios, mayor es el deseo y gusto de tratar con Él.
Hay personas que permanecen mucho tiempo en oración y hasta disfrutan estar ahí. Podemos entender que es el Amor de Dios el que los mueve. Se antoja orar así. La oración, sin embargo, no se identifica con el fervor, con el gusto de estar frente a Dios, ni el amor con un bonito sentimiento. Podemos experimentar también sequedad, momentos de desconsuelo, aridez en nuestra vida espiritual. Pero, cuando orar se ha vuelto un hábito, podemos reconocer que, a veces, sentir desgano es parte de la dinámica, del trabajo de maduración de nuestra vida cristiana. Orar ensancha el corazón, lo hace fuerte, férreo para seguir amando, a pesar del desánimo.
En resumen, la oración es la necesidad que tiene el creyente de expresar el amor que le tiene a Dios Nuestro Señor.
Claro, también le es muy grato a Él rezar en común, y muy especialmente hacerlo en familia.
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