Gilberto Hernández García |
El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX declaró, mediante la la Bula Ineffabilis Deus, el dogma de la Inmaculada Concepción de María, con el cual define que “la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano”.
En orden cronológico es el tercer dogma sobre la Santísima Virgen María. El teólogo franciscano, fray Sergio Hernández, sostiene que “cada uno de los dogmas tiene la intención de dar una respuesta correcta a un error o afirmar una verdad ante el peligro de un error. Por tanto, ni un dogma solo, ni todos juntos, pueden ofrecernos la profundidad insondable del ser y hacer de Dios con relación a nuestra historia y a las personas”.
Objeciones al dogma
El dogma de la Inmaculada Concepción se había encontrado durante muchos siglos con el impedimento de que la Escritura no sólo no dice nada al respecto, sino que afirma que desde Adán hasta el último ser humano todos hemos pecado. La opinión común era que María fue concebida en pecado. Esta opinión tenía dos condicionamientos, por una parte la idea del pecado original como herencia biológica, y por otra, la mediación absoluta de Cristo. Si María hubiera nacido sin pecado –decían- entonces no necesitaría redentor.
Se parte, pues, de la realidad de que Cristo es el Salvador universal, el único mediador; por eso no es raro que grandes teólogos de la Antigüedad y de la Edad Media afirmaran que también María había sido concebida en pecado o que al menos un instante estuvo bajo el poder del pecado; de esta manera se ponía a salvo la redención universal de Cristo bien atestiguada por la Escritura y la Tradición. ¿Cómo se salvaron estos obstáculos?
Duns Scoto propone una regla mariológica sencilla que respeta tanto la Escritura como la Tradición, y dice: “Si no repugna (contradice) a la autoridad de la Escritura o a la autoridad de la Iglesia, parece probable que se pueda atribuir a María lo más excelente”. Y su reflexión inicia con la interrogante: ¿A caso la Bienaventurada Virgen fuera concebida en pecado original?
Argumentos a favor de la Inmaculada Concepción de María
Este es el razonamiento del Beato Juan Duns Escoto respecto a la concepción sin mancha de María:
“Cristo fue mediador perfectísimo, por tanto tuvo el sumo grado de mediación en cuanto a otra persona; pero no sería mediador y reparador perfectísimo sin no preservara a su Madre del pecado original; por tanto, siendo mediador perfectísimo en cuanto a la persona de su Madre, se sigue que la preservó del pecado original”.
“El mediador y reconciliador perfecto es el que puede prevenir la ofensa y así agrada a Dios que se perdone la ofensa y la culpa que debería existir. De esta manera medió Cristo por su muerte, que no solamente mereció la remisión de los pecados de su Madre que debía contraer, sino también el pecado original que debía tener”.
“Por tanto, si su Hijo es para sí perfecto redentor y reconciliador, se sigue que la preservó de todo pecado original, por tanto, parece que no mediaría perfectamente si mediando no la preservase de la culpa original. De lo cual, entonces, es probable que la Virgen Santa se tenga a sí misma en sumo grado, se sigue que nunca tuvo culpa alguna, -para que así toda la Trinidad, previendo desde la eternidad la pasión de Cristo, fue aplicada por razón de ella, para que la Virgen Santa sea preservada siempre de toda culpa, tanto actual como original”.
“En el mismo instante en que Dios creó el alma (de María), le dio la gracia, por tanto, se excluye toda culpa”.
“De igual manera pudo purgar (limpiar) la carne antes de la unión con el alma, tal como se tiene en la concepción del Hijo de Dios, en la cual fue borrado todo rastro de pecado”.
“Se puede decir, por tanto, que es posible que la Virgen Santa no fuera concebida en pecado original. Lo cual no deroga la redención universal de su Hijo, como se ha puesto de manifiesto, -y se puede confirmar una vez más, que la pasión de Cristo se ordena inmediata y principalmente a borrar la culpa tanto original como actual, de esta manera toda la Trinidad en previsión de la pasión de Cristo aplicada a la Virgen, la preservó de toda (culpa) actual, como de toda (culpa) original”.
Como se puede adivinar, el razonamiento de Escoto es más amplio, pero los extractos aducidos bastan para la comprensión del razonamiento que hace el autor. Toma los mismos argumentos de los contrarios y los profundiza con una comprensión más teológica que lógica. Se pregunta “si la bienaventurada Virgen fue concebida en pecado original”, y concluye “que la bienaventurada Virgen pudo haber sido preservada y de hecho fue preservada del contagio del pecado original”.
¿Cómo vivir la riqueza de este dogma en la vida cotidiana?
Este dogma es algo más que una verdad jurídica y obligatoria de nuestra Iglesia -sostiene fray Sergio Hernández-, es una verdad que llama a nuestra libertad para centrar nuestra fe en el misterio trinitario. No centra tanto los “privilegios” de María cuanto la liberalidad del amor de Dios, que son puestos en el horizonte de la redención de todo el género humano.
Es un dogma que ilumina nuestra fe para no hacerle el juego a los egoísmos de la cultura de muerte que nos rodea y parece aplastarnos. Es un dogma que nos llama a la contemplación activa de la obra de Dios en la historia que él tiene en sus manos.
El teólogo fray Sergio Hernández asevera que “El dogma de La Inmaculada Concepción no debe comprenderse a la luz de la realidad del pecado original, sino como una obra de Dios en Cristo en vista a la revelación plena de su amor y de nuestro destino. Y por otra parte, como una fidelidad de María a los planes de Dios, de manera que esta mujercita puso su vida bajo la obediencia total y plena de Dios, y una vez hecha esta decisión, nunca hubo traición, y en toda su existencia su propia vida sólo puso por obra la fuerza que de Dios nace y se hace historia en la esclava del Señor”.
La Inmaculada nos enseña a poner en el Dios de Jesús toda nuestra confianza y no poner nuestra esperanza en las seguridades de este mundo; a poner a Dios como sujeto activo de la propia historia, de manera que la fe en Él se convierta en seguimiento. Nos dice que es posible superar el pecado y la historia de egoísmos; superar las enajenaciones concretas e históricas de nuestra propia vida; en fin, nos recuerda que es posible construir una historia de fidelidad, de solidaridad, de justicia y de amor.
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