Mi retiro espiritual de este año III


Lo bueno del Opus (a estas alturas permitidme no tener que escribir todo el tiempo Opus Dei) es que en sus casas no te encuentras en las paredes pegadas letras de cartón de colores recortadas formando palabras tales como paz, amory similares. Ah, y las palomas. Las señoras que recortan letras suelen tener gran afición a las palomas.
Pero no todo era perfecto allí, no. Durante dos largos días en las comidas y cenas comíamos en silencio mientras se leía un aburridísimo libro sobre la expansión del Opus en Filipinas.
Si las numerarias primeras que enviadas a ese archipiélago hubieran hecho milagros como San Benito o San Antonio de Padua, o se nos hubiera contado su martirio colectivo, en detalle, aquellos capítulos plúmbeos hubieran ofrecido algún interés al clero allí reunido. Pero el libro tenía más de crónica notarial que de aventura misionera con milagros y muertes. 

Por ejemplo, se contaba en párrafos y más párrafos que le llevaban una imagen de la Virgen (de no sé donde) al Prelado de la Obra para que la bendijera y que se la traían de nuevo a Filipinas. Apasionante. 

Además, para contar eso de la imagen, he necesitado dos líneas. El libro precisó de un par de páginas.
Tras mucha reflexión, he llegado a la conclusión de que en las tres comidas del día (e incluso en la merienda) lo más conveniente sería dejar hablar a los pobres curas encerrados allí cuatro días rezando sin parar; se sumergirían después con más ganas en sus altas meditaciones. Bueno, yo les quitaría la merienda para que no engordasen. 

Mañana, mucho me temo, me veré en la siempre delicada tesitura de abordar el elemento humano presente en el retiro. 

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