Me comentan que hoy Federico Jiménez Losantos se ha dirigido a mí de modo despectivo en su programa de radio. No escribiría este post si no fuera porque a Federico le escucha mucha gente.
Su animadversión proviene de cuando escribi una serie de artículos en los que reflexionaba acerca de lo que debía ser una cadena de radio cuyos dueños eran los obispos. En mis artículos no me quise referir para nada a Federico. Mis reflexiones eran acerca de la línea que debe seguir una radio en manos de los sucesores de los apóstoles. Federico reaccionó en el plano personal. Años después llegó a decir (yo lo escuché) que alguien le había dicho que mis artículos se debían a que yo quería un programa en su radio. Se pueden comprobar las fechas, cuando escribí mis artículos, él todavía no tenía una radio. Es fácil decir una cosa que desprestigia a alguien bajo la excusa de se me ha dicho.
Federico quedó retratado. Ante mis razones y argumentos, él se defendió en el plano personal varias veces.
Cuando hace años me dediqué a escribir, tenía dos opciones: dedicarme sólo a altas cuestiones teológicas de tipo teórico o tratar de influir en la sociedad. Influir un poco, porque tengo muy claras las dimensiones de mi pequeña influencia. Google Analytics y Google Trends me ponen siempre los pies en la tierra. Un contador es una herramienta muy fría, pero realista.
Los ataques personales contra uno son el precio que toda persona que influya (aunque sea poco) debe pagar. Eso sí, las conjuras eclesiales siempre son muchísimo más sibilinas que las del mundo. Prefiero recibir mil insultos, a sufrir la consigna de un determinado eclesiástico en un despacho o varios. Consignas que se dan totalmente en secreto, con el encargo encarecido de que se mantenga en la tiniebla el origen de la consigna.
De todo esto está trufada mi vida. Y amo la Iglesia. Porque la Iglesia no es algo humano. Mi amor a los representantes de Dios está por encima de las consignas, de los ostracismos y de los vetos. De mi vida quedará las obras que componen la Biblioteca Forteniana, que es a lo que dedico horas día tras día. El resto de polémicas, dimes y diretes, y pequeños laberintos eclesiásticos sólo me ocupan un momento al escribir mi post de cada día tras la cena.
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