Hoy he tenido la alegría de la misa mayor de la hermandad de la iglesia de la que soy capellán, la Hermandad del Santísimo Cristo de la Agonía y Nuestra Señora de los Dolores. Los cofrades de esta hermandad sólo me han dado alegrías. Y por eso este día para mí es un día gozoso. Gozo en el que también influye, no lo voy a negar, el que me invitan a un magnífico banquete en un buen restaurante de la ciudad.
Y si a esa alegría añadimos el que tenía a mi lado a dos curas jóvenes bromistas y con buen humor, pues el resultado es que nos lo hemos pasado muy bien. La mala noticia: es que, como todos los años, habré engordado medio kilo. Pero en este caso habrá sido medio kilo de felicidad. Con las risas yo creo que habré quemado por lo menos 300 gramos.
La vida no es sólo oración, también Dios quiere que tengamos buenos momentos. Y hoy ha sido uno de esos. Pero poco dura la alegría en la casa del pobre: mañana mismo me pongo manos a la obra en la labor de perder peso. Cada vez me parezco más en mi aspecto físico a un horrible clérigo del clan Borgia que a las estampas de San Francisco de Asís. Aunque bueno, yo siempre he sido más devoto de Santo Tomás de Aquino.
Publicar un comentario