Homilía Domingo 26 t.o (C)

(Cfr. www.almudi,org)


(Am 6,1a.4-7) "¡Ay de los que se fían de Sión y confían en el monte de Samaria!"
(1Tim 6,11-16) "Combate el buen combate de la fe"
(Lc 16,19-31) "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto"

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía para la Asociación de Santa Cecilia (25-IX-1983)
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--- La oración gozosa
“Los que cantáis al son del Salterio/ y creéis imitar a David usando instrumentos musicales...” (Am 6,45).
Esta palabras están dirigidas por el profeta Amós “a los que nadáis en la abundancia en medio de Sión y a los que vivís sin ningún recelo en el monte de Samaría” y que, por el contrario, están ya al borde de la derrota y a las puertas de la deportación y del exilio.
En la nueva Alianza los cristianos, renacidos a la nueva vida, somos los verdaderos David, que alabamos a Dios con un canto nuevo, el canto de la redención. Junto con el Salmista cantamos al Padre: “Escucha Señor, mi voz... A ti habla mi corazón; buscad su rostro, tu rostro, oh Señor, yo busco. No me escondas tu rostro” (Sal 26/27,7-9).
Estas vibrantes invocaciones expresan el anhelo del alma hacia las realidades sobrenaturales, según la viva recomendación de San Pablo: “Buscad las cosas de arriba... Pensad en las cosas de arriba” (Col 3,15); anhelo que se traduce en la oración del corazón. En el cristiano que goza de la vida nueva y en el que vive en el mismo Cristo -Verbo del Padre- tal oración asume un tan gran fervor que se expresa y exalta en el canto.

--- El himno de Cristo a Dios Padre
Esta oración, en la forma más perfecta, es levantada por Cristo al Padre. Cristo, en efecto, como desde la eternidad, también después de su encarnación, resurrección y ascensión, continúa cantando, en cuanto mediador e intérprete de la humanidad, las alabanzas y la gloria del Padre, y también las aspiraciones y los deseos de los hombres.
Como el Espíritu es quien da a nuestras frágiles fuerzas la capacidad de exclamar: “Abba-Padre” (cfr. Rm 8,15) este mismo Espíritu nos da también la capacidad de hacer plena nuestra plegaria, haciéndola estallar de gozo santo con la alegría del canto y de la música, según la exhortación de San Pablo: “Llenaos del Espíritu, entreteniéndoos con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando y loando al Señor con todo vuestro corazón” (Ef 5,19).
Consecuencia de esta actividad exterior son: el hombre nuevo que debe revestir la imagen del Creador y cantar “un cántico nuevo”; una nueva vida cantando a Dios con todo corazón y con gratitud (cfr. Col 3,16). Comentando las palabras del Salmo 32: “Cantad al Señor un cántico nuevo”, San Agustín exhortaba así a sus fieles y también a nosotros: “Desde el hombre nuevo, un Testamento Nuevo, un cántico nuevo. El nuevo canto no se destina a hombres viejos. No lo aprenden sino los hombres renovados, por medio de la gracia, de lo que era viejo: hombres pertenecientes ya al Nuevo Testimonio, que es el reino de los cielos. Todo nuestro amor a Él suspira y canta un cántico nuevo. Elevemos, sin embargo, un cántico nuevo no con la lengua sino con la vida”.

--- El canto en el Nuevo Testamento
En la nueva Alianza el canto es típico de aquellos que han resucitado con Cristo. En la Iglesia sólo quien canta con estas disposiciones de novedad pascual -es decir, de renovación interior de vida- es verdaderamente un resucitado. Así, mientras en el AT la música podía tal vez oírse en el culto ligado a los sacrificios materiales, en el NT llega a ser “espiritual”, análogamente al nuevo culto y a la nueva liturgia, de la que es parte importante y es escuchada a condición de que inspire devoción y recogimiento interiores.
“Cantad al Señor un cántico nuevo”. Cristo es el Himno del Padre y, con la Encarnación, ha entrado a la Iglesia este mismo Himno, es decir, a sí mismo, para que lo perpetuase hasta su retorno. Ahora todo cristiano está llamado a participar en este Himno y a hacerse él mismo en Cristo “Cántico nuevo” al Padre celestial.
Naturalmente, tal cántico nuevo, que resuena en mí y en vosotros como prolongación del Himno eterno que es Cristo, debe estar en sintonía con la perfección absoluta, con que el Verbo se dirige al padre, de modo que en la vida, en la fuerza de los afectos y en la belleza del arte se realicen completamente la unidad entre nosotros, miembros vivos, con Cristo, nuestra cabeza. “Cuando alabáis a Dios, alabadlo con todo vuestro ser; cante la voz, cante el corazón, cante la vida, canten las obras” es también la incisiva recomendación de San Agustín.

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