La marcha convocada por el Frente Nacional por la Familia ha dado lugar a una polémica que, confío, terminará siendo saludable a la larga. Teñida de una gran confrontación, a veces buscada expresamente, a veces solamente provocada por el tema mismo, que toca fibras muy íntimas en la población, la marcha ha dado lugar a un proceso de intercambio de argumentaciones (y de diatribas también, claro, pero esas son sólo propaganda, no discusión seria) de parte de quienes aprueban o se oponen al reconocimiento por parte del Estado de los matrimonios entre personas del mismo sexo.
En ambos lados del debate hay muchas personas católicas bien intencionadas. Ninguno de los bandos debería olvidarlo. Los niveles de confrontación, sin embargo, han resultado incómodos para algunas personas y es comprensible, porque no han sido solamente ideas las que se han puesto sobre el tapete de discusión, sino también sentimientos, pasiones, sueños. Grupos de whatsapp y de facebook, modernos areópagos de nuestra época, se han visto sacudidos –y algunos desbaratados– por la intensidad de la polémica.
Hoy quiero, por eso, referirme a un texto de los llamados ‘relatos de los orígenes’, entendiendo por ello los primeros 11 capítulos del libro del Génesis, relatos de carácter mítico –en el sentido académico de la palabra– que plantean el horizonte utópico del Israel antiguo, de mediados del siglo V a.C., pero que han servido de reserva de sentido a muchas generaciones que han abrevado de la tradición judeocristiana.
Se trata del texto de Gn 4,1-16, conocido como el relato de Caín y Abel. Es un relato de familia, aunque no tenga nada que ver directamente con la reproducción –que la familia es mucho más que eso– porque se trata de la historia de dos hermanos. Una vez presentados los dos protagonistas del relato, Adán y Eva desaparecen de la escena. Se trata, pues, de un relato arquetípico sobre lo que debe entenderse por fraternidad y del surgimiento de la violencia entre hermanos.
El relato tiene algunas dificultades para un lector de hoy. Recurriendo a un semitismo (afirmación + negación = comparación), el autor, sin dar más razones, afirma que “El Señor se fijó en Abel y en su ofrenda y se fijó menos en Caín y su ofrenda” (traducción de la Biblia del Peregrino). Para nosotros eso es un problema porque hemos terminado concentrando nuestro esfuerzo de comprensión del mensaje del texto en discurrir cuál habría sido la causa de la preferencia de Dios por la ofrenda de Abel, como si la decisión divina hubiera sido el origen del desenlace violento.
En este campo, hay múltiples posibilidades de explicación que los teólogos han explorado. Una de ellas es la diferencia de oficios, que escondería el juicio sobre dos culturas de trabajo, la domesticación de animales y/o el cultivo de la tierra. Abel sería el pastor errante, ligado a la vida rural, mientras que Caín sería el constructor de casas y ciudades. En esta posibilidad jugaría un papel importante el antagonismo social entre las ciudades cananeas y la vida de pastores nómadas del Israel más antiguo.
Otros especialistas hablan de la diferencia en los sacrificios ofrecidos, que revelarían dos tipos de cultos: uno vegetal y el otro animal. En la historia de las religiones terminó triunfando el culto sacrificial de animales (Gn 8,15-22). El texto habría sido escrito en un momento de profunda nostalgia por la destrucción del templo y la suspensión del sacrificio de animales. Finalmente, algunos otros sostienen que la diferencia estribaría en que Abel era el más pequeño, y es constante la preferencia de Dios por los pequeños a lo largo de la Escritura. Esto explicaría el reproche de Dios “¿Dónde está Abel, tu hermano?” y mostraría la radical equivocación de Caín al contestar: “No sé, ¿soy acaso el guardián de mi hermano?”
Pero más allá de esta discusión me importa señalar el hondo significado arquetípico del relato: en la raíz de la misma relación fraterna emerge la violencia. La primera familia de hermanos (no hay esposa, no hay hijos) debería haber sido una familia unida y no lo fue. Por eso, junto con Xabier Pikaza (La Familia en la Biblia, Verbo Divino, Estella 2014), prefiero decantarme más por una mirada al texto que no se centre en los motivos de la preferencia de Dios por Abel en lugar de Caín, porque creo que la sobria mención de la preferencia en el texto sólo persigue la ratificación etiológica de una realidad palpable: la división entre dos hermanos que son distintos. El texto se limita a constatar el surgimiento de la violencia, en el mismo origen de una familia de hermanos.
Éste me parece que es el núcleo fundamental de sentido presente en el texto: dos hermanos distintos sólo pueden vivir en paz si aceptan y valoran su diferencia. Cuando, en vez de aceptarse, niegan su diferencia, los hermanos tienden a matarse. Lo menciona así Pikaza: “No basta con que Adán y Eva se acepten como diferentes e iguales en el matrimonio; también los hermanos han de aceptarse y gozarse en la diferencia, teniendo la misma dignidad” (p.52).
El relato de Caín y Abel presenta la primera crisis radical y total de la familia humana: lo que podía haber sido lugar para dos casas fraternas y abiertas de hermanos, ha venido a convertirse en pedregal de muerte (Gn 4,11). Volvamos a Pikaza: “Lo más significativo del pasaje (Gn 4,1-16) es el silencio de los hermanos, que en vez de dialogar y completarse, se afrontan y matan. Su enfrentamiento no es del tipo sexual (varón/mujer) ni generacional (hijos/padres), sino fraterno, en un nivel de aparente igualdad… Los primeros combatientes de la historia son hermanos… Estamos ante un hombre (Caín) que se reconoce (se distingue y valora) a sí mismo, matando a su hermano. No soporta que el otro sea diferente, que le vaya bien y que exista, y por eso quiere impedir que viva, aunque en la tierra haya mucho espacio para ambos… Este es el grito más hiriente de la historia (qol dam, la voz de la sangre). Una vez que se ha encendido, el deseo de muerte se propaga: una sangre clama por más sangre, en un gesto de talión infinito que puede conducir a la muerte a todos los hombres.”
He subrayado una parte del texto (las negritas son mías) porque creo que el relato de Caín y Abel, leído desde esta perspectiva, puede ayudar a quienes, marchantes o no marchantes, de un bando o del otro de la discusión, tenemos dificultades en construir nuestras relaciones humanas en el goce por la diferencia. Abogar por un mundo unipolar, por un pensamiento único, por una sola óptica para mirar las cosas, además de quimérico, nos conduce hacia la división, hacia Babel. Construir un mundo donde quepan los que son distintos a uno, donde la unidad se construye a partir (y no en contra) de la diversidad y del respeto amoroso, nos conduce hacia una convivencia más humana, hacia el reverso de Babel, hacia Pentecostés.
Publicar un comentario