¿Para qué nos sirve el Informe Presidencial?

Mi respuesta corta es: para muy poco. Un documento de 727 páginas, con probablemente varios tomos de anexos, en un país donde se lee menos de un libro al año, la sola extensión garantiza que el documento no se leerá. Sin contar con que el lenguaje académico-burocrático-político-oratorio que usa es incomprensible para la mayoría de la población.

Esto, por supuesto, no es privativo de esta administración. Es más, probablemente ha habido un pequeña mejoría en estos informes. Las preguntas importantes son: ¿Cuál es su cometido y se está cumpliendo? La respuesta es: la Constitución lo manda. Esa es una mala respuesta. En todo caso, habría que cuestionarse porqué lo pide la Constitución. No se trata de un cumplimiento burocrático. La esencia del Informe es: rendición de cuentas de la Administración Pública Federal. Y en esto se cumple solo parcialmente. En esta administración y las anteriores. Así como en los informes de las administraciones estatales y municipales.

Este espíritu de rendición de cuentas estaba ausente en los tiempos en que el Informe era ocasión de auto adulación masiva del presidente, cuando se volvió un momento de escarnio al presidente o en la actual era donde se convirtió en un evento de relaciones públicas. En todos los casos, la rendición de cuentas era y es fallida porque se informa solo lo que deja bien a la administración. O se “maquillan” los números. En otras palabras, no se revisa el cumplimiento de los mandatos que tiene el Ejecutivo.

La primera pregunta es: ¿Se cumplió con la protesta de cumplir y hacer cumplir la constitución y las leyes que de ella emanen? En un país donde la impunidad es la norma y no la excepción, es muy difícil demostrar que se está haciendo cumplir las leyes. Sí, se puede hablar de actividades para lograrlo, pero no hay resultados contundentes. Por ejemplo, que se hayan aprobado leyes no quiere decir que automáticamente se tienen resultados. ¿Se cumplen nuestros derechos fundamentales a la libre manifestación de ideas, a la propiedad, a realizar actividades económicas sin ser molestados, al libre tránsito? Pero hay otras preguntas que son básicas. ¿Se cumplen los convenios internacionales? Un ejemplo es el cumplimiento de los derechos humanos. Otros son las llamadas Metas del Milenio. ¿De veras se cumplen?

En el formato se reportan actividades, y solo parcialmente resultados. Y esto es fundamental. Los resultados deben tener una referencia. Y la referencia existe: es el Plan Nacional de Desarrollo. ¿A que porcentaje de avance vamos en su cumplimiento? Yo dudo si la propia Administración lo sabe. Pero ciertamente no se informa haciendo una comparación contra lo planeado.

Un ejemplo: Se reporta en casi todos los informes el número de camas de hospital que se han creado. O las disponibles, que no necesariamente es lo mismo. Pero, ¿cuántas deberían estar disponibles de acuerdo al Plan? Además, eso es un indicador de actividad, no de resultado. Hay en varios Estados hospitales terminados, equipados e inaugurados que permanecen cerrados por falta de personal médico. O en otro campo, se reportan cientos de miles de casas construidas que no han sido ocupadas. O sea, se cumple con una actividad sin que haya resultados. En estos ejemplos, el número de acciones de salud o el número de familias con vivienda digna son los resultados. De nada sirven muchas camas de hospital sin médicos ni medicamentos.

Ahí es donde hay que rehacer la rendición de cuentas presidencial. Se ha banalizado el Informe. No es su papel reportar el presunto plagio de la tesis del primer mandatario o la visita de Mr. Trump, que fueron los platos fuertes del evento coreografiado con los jóvenes que substituyó a la presentación pública del Informe. El Informe no debe ser trivializado, siguiendo criterios mediáticos. Porque no es, no debe ser un evento de relaciones públicas.

Pero también hay que hablar del lado receptor del mensaje. Estos criterios de recepción de cuentas deben ser seguidos por el Legislativo, por los medios y por la ciudadanía. Sobre todo por nosotros, los ciudadanos, que somos los destinatarios últimos de la rendición de cuentas. A nosotros nos toca exigir resultados. No frases bonitas, no promesas de campaña, no actividades sin contexto. Cumplimiento de la Constitución, de los acuerdos internacionales, de las leyes, de los planes nacionales, de las promesas con las que los mandatarios fueron electos. Eso requiere que construyamos una cultura ciudadana. Y la tenemos que hacer nosotros, urgentemente. A la clase política no le corre prisa.

@mazapereda

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