Por Antonio MAZA PEREDA | Red de Comunicadores Católicos |20
Estamos entre la fecha del inicio de la revolución de independencia de nuestro país y la de su consumación el 27 septiembre de 1821, fecha que nuestro Gobierno no celebra. Sin que haya dado nunca una explicación lógica, no sectaria, del porqué de esta omisión. No, no voy a caer sobado tema de muchas izquierdas que, basándose en las teorías de la conspiración, dicen que nuestro país no es realmente independiente y que nuestra política interior y exterior se dicta en Washington. Mucho hubo de eso siglo XIX y buena parte del siglo XX, a veces de una manera discreta y otras de modo muy evidente, como las intervenciones de los embajadores Poinsett y Morrow. En el siglo XXI ha habido más cuidado en guardar las formas. Pero cabe la duda: ¿tenemos plena independencia?
Es claro que un país que tiene severos problemas económicos no tiene una total independencia. Siempre estará sujeto a los dictados de grupos económicos, organismos internacionales, y otros diversos grupos de presión. Si además, este país no tiene grandes riquezas, claramente estará más sujeto a esas presiones. Y contra el mito de que México es “el cuerno de la abundancia” tenemos que ver nuestras realidades: nuestro país es árido; la mayoría de los estados tienen escasez de agua. Tenemos poca tierra de labranza, aproximadamente el 14% del territorio nacional, de lo cual la mitad está sujeta a los temporales. Es cierto que tenemos un gran litoral, pero no todos nuestros mares son ricos en pesca. Tenemos petróleo, pero no somos estrictamente un país petrolero como dice Macario Schettino, uno de nuestros grandes especialistas. Y cada vez tenemos menor producción del mismo.
Tenemos una gran riqueza en nuestra población, todavía joven y lejana al invierno demográfico. Pero la mala organización de nuestro sistema productivo hace que muchas de nuestras mejores personas, en todos los niveles sociales, emigren buscando mejores oportunidades. Los que nos quedamos, vemos a nuestra población perdiendo su nivel educativo real, aunque sume años de escolaridad. La ignorancia siempre generará dependencia. Y si a todo esto le agregamos la corrupción pública y privada, esa pobreza se agudiza.
Probablemente la peor de las dependencias es la dependencia cultural. La dependencia que tenemos en muchos aspectos de la cultura popular, muy influida por valores y costumbres que no son las nuestras. La peor de las dependencias es cuando perdemos los valores de nuestra cultura, porque nos son dictados por instancias y organismos internacionales. Esta dependencia significa que estamos en riesgo de perder nuestra esencia como nación.
Para ser plenamente independientes tenemos necesidad de un mejor desempeño económico. Ningún país pobre es totalmente independiente. Pero no basta con eso. Necesitamos tener educación de más alto nivel para ser independientes en esta era. Necesitamos una ciudadanía bien formada y actuante. Necesitamos un sector privado valiente, emprendedor y muy capacitado. También un sector público eficiente y capaz. Necesitamos independencia tecnológica, sindicatos independientes, políticos independientes.
Pero la independencia no es el único modelo. Puede ser que estemos cayendo en casos de codependencia. Una relación tóxica que hace daño muchas veces a ambas partes de la relación, aunque posiblemente a una más que a la otra. Como la codependencia que ocurre a veces en las relaciones familiares. O, como la que podría darse entre nuestro país y nuestros socios comerciales. Ellos, dependiendo nuestra mano de obra barata; nosotros dependiendo de su fortaleza económica, de sus sistemas de comercialización, de sus mercados y de su desarrollo tecnológico.
Tal vez el modelo del futuro, al que deberíamos de aspirar, es el de la interdependencia. Poder tener relaciones mutuamente beneficiosas con otros países, relaciones donde todos ganaran. Eso ha sido el ideal, tal vez no realizado plenamente, de la Comunidad Económica Europea. Esa interdependencia sólo puede funcionar si nuestra nación se fortalece. No se trata de pedir dádivas, sino de ofrecer nuestras fortalezas a cambio de una retribución justa.
En resumen, ser plenamente independientes es una tarea ardua, un camino difícil. Puede significar sacrificios para esta generación, que posiblemente no vea los resultados pero que estará construyendo para sus hijos y sus nietos. Ahí es donde debemos aplicar y aprovechar nuestro fervor patrio. Ahí es donde debemos encontrar un terreno común para conciliar hasta donde sea posible nuestras divergencias. Porque es muy difícil que una nación amargamente dividida, pueda evitar ser juguete de las fuerzas que quieren arrebatarnos nuestra independencia.
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