¿Dónde está tu tesoro?

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Juan López Vergara

El santo Evangelio que nuestra Madre Iglesia presenta hoy, comprende imágenes que invitan a discernir los verdaderos valores del Reino: el tesoro, la perla fina, aquellos peces cuidadosamente separados por los pescadores de los detritus de la pesca y, por supuesto, la comprometida sabiduría del escriba, que se ha hecho discípulo del Reino (Mt 13, 44-52).

Cristo es el tesoro supremo y la perla preciosa

Casi al final del capítulo trece del evangelio aparecen tres parábolas, que muestran al Reino de los cielos ser semejante a un hombre que al encontrar un tesoro “lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo” (v. 44); asimismo, el Reino se parece a un hábil comerciante que al hallar una perla de gran valor liquida sus haberes para poder adquirirla (véanse vv. 45-46). “También se parece el Reino de los cielos a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan de la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos” (vv. 47-48). El que descubre el Reino prescinde de todo para gozar de él.
Orígenes se refiere a Cristo como autobasileía, es decir, que la persona misma de Cristo manifiesta el Reino. Recordemos el fundamento del discernimiento paulino: “Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo” (Flp 3, 8).
Por consiguiente, a partir de nuestra fe cristiana, consideramos que Cristo es el tesoro supremo y la perla preciosa.

El tesoro del biblista cristiano

En la conclusión del Discurso parabólico, vemos a Jesús preguntar a sus discípulos: “¿Han entendido todo esto? Ellos le contestaron: ‘Sí’” (v. 51). Jesús, entonces, les dijo: “Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas” (v. 52). El deseo de participar la Palabra surge de una fe fuerte convertida en vida, como el referido maestro, que extrae de su propio tesoro.
Notemos el hecho de que se trate de su tesoro, lo cual implica que el doctor judío, hecho discípulo de Cristo, recurra a esas cosas nuevas y antiguas que lleva dentro, y tome así la Palabra de la verdad de su vida. No la tome de aquí y de allá, no la distribuya sin antes haberla hecho suya: “Tu palabra es antorcha para mis pasos, luz para mi sendero” (Sal 119, 105).

El tesoro del evangelista Mateo

Este elogio del biblista cristiano nos lleva a sospechar del tesoro de Mateo. ¿Será acaso su discreta rúbrica? Si bien la cuestión de fondo gira en torno a dónde hay que poner el corazón, porque Jesús claramente nos enseña: “donde esté tu tesoro allí estará tu corazón” (Mt 6, 21).
Luz Patricia Navarro Mendoza, alumna ejemplar, poetisa, en las estrofas conclusivas de una bella poesía, que realizó el mes pasado para el trabajo final del Diplomado en nuestro Instituto Bíblico Católico de Guadalajara, el cual giró en torno a las claves de interpretación ante el misterio de Cristo, se pregunta:

“¿Qué esperas Jesús que yo te dé… qué esperas tú de mí?
Pues tú eres sin dudar, mi sueño, mi grande tesoro,
llenas de plenitud y sentido hasta el más pequeño de mis poros,
mi historia se revela extraordinaria porque siempre recomienza en ti.
“Lo que más anhelo en esta vida es merecer tu Reino…
me has creado inmortal desde tu amor y confiado en mi respuesta.
Desde mi libertad te busco y acepto que abandonarme en ti es el sendero
y que me has salvado para que, siendo testimonio tuyo, yo trascienda.
Tú quieres mi Señor que haga de mi hermano un sacramento,
que en tu Nombre brinde al más necesitado, compasión y caridad.
Quiero que mi voluntad sea la tuya: mi esperanza está puesta en tu proyecto
¡Te amo Jesús y quiero seguirte y a tu lado decido con fe mi eternidad!”

Y tu tesoro, amigo lector o lectora: ¿dónde está?

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