Cena de la Misericordia

Pbro. José Marcos Castellón Pérez

El proyecto diocesano “Iglesia Casa de Misericordia” nació como signo permanente del Año Jubilar de la Misericordia, convocado por el Papa Francisco el año pasado; nació en Catedral, casa por excelencia de misericordia, que celebra sus primeros trecientos años; nació de la voluntad del Arzobispo y de la Asamblea Diocesana de Pastoral como fruto del VI Plan Diocesano de Pastoral, cuya finalidad última es llevar la vida nueva y plena de Cristo. Nació porque, como discípulos misioneros de Jesucristo, nos sentimos exigidos a dirigir la mirada y atender las necesidades de muchos de nuestros hermanos que viven en situación de calle y con los cuales el mismo Señor se ha identificado (cf. Mt 25,31-46). Al inicio de la cuaresma de este 2017 se pudo abrir, en el antiguo barrio de Analco, la primera Casa de Misericordia, que quiere ser piloto de muchas casas más, y se prestan ya algunos servicios previstos como el de dar albergue, cena, atención psicológica y médica, faltando otros servicios más.

Durante este mes de julio, dos seminaristas estuvieron en una misión particular, programada dentro del proyecto “Iglesia Casa de Misericordia”, prestando algunos servicios en la liturgia de Catedral como en el culto a la vida en el servicio a los pobres. La misión concluye este sábado 29 de julio con un gesto que quiere ser elocuente para toda la sociedad, especialmente para nosotros los católicos: una cena de misericordia en la Plaza de la Liberación, ofrecida a todos los pobres, invitados especiales, y a la cual también asistirá el Sr. Cardenal Arzobispo Don José Francisco Robles Ortega como anfitrión, así como el presidente municipal, Enrique Alfaro. Antes de la cena en el recinto catedralicio se recitará el Rosario con la imagen de la Virgen de Fátima.

Esta cena de la misericordia es un gesto efímero, pero elocuente. Efímero porque pasará pronto y quizá mitigue un poco el hambre de quinientos pobres sólo por una noche; pero es elocuente porque quiere suscitar una actitud de misericordia en todos nosotros, que muchas veces pasamos sin voltear la mirada hacia quienes son los últimos en esta cultura del descarte. Muchos de nosotros juzgamos a priori a estas personas, de manera particular a los indigentes, como si fueran delincuentes o un lastre social, olvidándonos que en sus espaldas, allende de sus bolsas pringosas, van cargando historias llenas de dolor y sufrimiento.
Sin dejar de considerar que la realidad de personas en situación de calle es un problema social gravísimo y que debe ser atendido de forma interdisciplinar por instituciones eclesiales, gubernamentales y de la sociedad civil, nosotros los cristianos hemos de ver a cada persona, independientemente de la situación que viva, con la dignidad que el mismo Dios les ha conferido y como sacramentos de la presencia misteriosa de Cristo, que se ha hecho pobre como nosotros.

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