Antonio de Jesús Rodríguez López
(Año de Servicio)
Queridos lectores, les saludamos con gusto, no desde el escritorio, o los salones de clase del Seminario, sino ahora desde las comunidades parroquiales, y es que, como todos ustedes saben, el mes de Julio es una oportunidad que los seminaristas tenemos de salir y estar en contacto con las comunidades, en misión. Todos los seminaristas mayores tenemos la oportunidad de participar en el trabajo apostólico de algunas comunidades, percibiendo así la diversidad de carismas y servicios que Nuestro Buen Maestro nos regala.
El trabajo que los seminaristas realizamos en este mes, es tan variado, que sería imposible tratar de realizar lo mismo en cada misión a la que somos enviados, en alguna ocasión nos toca misionar en la urbe, en otra en la sierra, y a veces hospitales, casas de asistencia, incluso en el Seminario.
El Papa Francisco nos dice que “todos estamos invitados a «salir», como discípulos misioneros, ofreciendo cada uno sus propios talentos, su creatividad, su sabiduría y experiencia en llevar el mensaje de la ternura y de la compasión de Dios a toda la familia humana” y eso es lo que los seminaristas hacemos en Misión, llevar a Dios a los más necesitados, a aquellos que están en las periferias, a aquellos que son periferia.
En el mundo hay muchas necesidades, físicas y espirituales, y es precisamente ahí donde estamos llamados a hacer misión, ese es nuestro campo de batalla, luchar por superar esas necesidades, hacer llegar el Reino ahí, donde más lo necesitan.
Es llevar a Dios mismo, su mensaje de ternura y compasión, difundir su invitación a salir de nosotros mismos, a recibirlo y transformar el mundo y sus realidades concretas que más que favorecer al hombre y su desarrollo, atentan contra él. No podemos cerrar los ojos ante las necesidades de los demás, no podemos ser indiferentes ante el sufrimiento ajeno, antes bien, tenemos que renovar, con la ayuda de Dios el mundo en el que vivimos.
Todos estamos llamados a la misión, todos estamos llamados a predicar el Evangelio; ser Luz del mundo y Sal de la tierra, llevar la Esperanza a donde parece que se ha perdido; recordar quiénes somos, a dónde vamos y con quién caminamos.
El trabajo más importante del discípulo en la misión es transmitir lo que ha recibido, es decir, al mismo Dios con quien está en continua comunicación, a Dios que es bondadoso, atento, fiel y que se acerca a todos, especialmente los pobres, con ternura en la realidad humana, del mismo modo que lo haría un padre y una madre con sus hijos.
“Misión” no es sinónimo de hacer muchas cosas, sino hacer pocas pero hacerlas bien, hacer misión significa escoger siempre la mejor parte El encuentro personal con Dios. Y buscando a Dios todo lo demás se dará por añadidura (Cfr. Mt. 6, 33)
Así como en una batalla hay diferentes puestos para la pelea, unos van a la vanguardia, es decir, haciendo frente, tomando la delantera, otros van en la retaguardia, es decir, respaldando a los que van al frente, tirando desde atrás para debilitar al contrincante, así en la misión, hay algunos que van adelante, es decir, los misioneros que actúan, predican, sirven y entregan su vida, pero también son importante los que se quedan atrás, todos aquellos que respaldan a los misioneros con la oración y sacrificios. Por eso ahora que a nosotros, los seminaristas, nos toca ir al frente, necesitamos de su oración, todo para mayor Gloria de Dios.
La misión no es un trabajo fácil, por lo cual les pedimos que no dejen de incluirnos en sus oraciones, necesitamos de su ayuda, para que todo lo que podamos hacer en la misión sea para el Reino. Por nuestra parte, todo el bien que podamos hacer lo ponemos en manos de María, para que ella, lo embellezca y lo presente ante Dios, por todas nuestras necesidades.
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