Episcopeo: “Jesús, José y María modelo de amor familiar”

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El Papa Juan Pablo II nos recuerda que: "la familia es patrimonio de la humanidad, porque a través de ella, de acuerdo con el designio de Dios, se debe prolongar la presencia del hombre en el mundo". La familia es el lugar donde, por voluntad de Dios y por naturaleza, se asegura la continuidad de una humanidad que no puede permitir su anquilosamiento vital. Cada ser humano significa un nuevo enriquecimiento y una irrepetible aportación al patrimonio de la humanidad.


La familia no sólo cumple la trascendental misión de transmitir la vida y prolongar así la humanidad, es también motor de humanidad: "lejos de ser un obstáculo para el desarrollo y crecimiento de la persona, la familia es el ámbito privilegiado para hacer crecer todas las potencialidades personales y sociales que el ser humano lleva inscritas en su ser". Es el ambiente donde cada uno de los hijos descubre e inicia la andadura de su vocación humana y cristiana.


También para los esposos, la familia que ellos constituyen es ámbito de su propia realización personal, firme arquitectura y provocadora plataforma sobre la que afirmar y realizar el proyecto compartido de su vocación humana y cristiana. A través de los esposos llega a este mundo parte del caudal de creatividad amorosa con que Dios plenifica y santifica a la humanidad. La experiencia de comunión y participación que caracteriza la vida diaria de la familia, representa su primera y fundamental aportación a la humanización y socialización de la persona.


La familia es primera e insustituible escuela creadora de humanidad, ejemplo y estímulo para las relaciones comunitarias más amplias, mediante la transmisión de virtudes y valores. En una sociedad que corre el peligro de ser cada vez más despersonalizada y masificada, y, por tanto, inhumana y deshumanizadora, la familia posee y comunica todavía hoy energías formidables capaces de sacar al hombre del anonimato, de mantenerlo consciente de su dignidad personal, de enriquecerlo con profunda humanidad y de injertarlo activamente en el tejido de la sociedad.


La fe cristiana nos presenta la familia como el primer lugar y la primera experiencia de la vocación que todos los seres humanos tenemos: a construir e integrarnos en la gran familia humana, es decir, la gran familia de los hijos de Dios. A través de las relaciones que se viven en el seno de la familia, se despierta la experiencia de la paternidad de Dios y de la fraternidad de Cristo. Todo ser humano, en especial el pobre y el necesitado (Mt 25, 31-40), se nos desvela hermano en Cristo, miembro indispensable de esa gran familia que, bajo la paternidad de Dios, es la humanidad entera. La familia es capaz de provocar la más temprana vivencia y manifestación de esa familiaridad que brota de nuestra identidad de hijos de un mismo Padre y que abarca a toda la familia humana.


La Fiesta de Navidad nos recuerda que Cristo, el Hijo de Dios, eligió una familia para hacer presente su Encarnación y su Buena Noticia en medio de la familia humana. En las vicisitudes y al amparo de una vida familiar, su personalidad humana se fue forjando en una vida familiar, en el ambiente vital y humanizante de la Sagrada Familia. Compartió la experiencia familiar para, desde ella, sacar adelante su misión específica. También para Él una familia fue el espacio físico y humano donde asentar y desarrollar su humanidad. Cristo nos manifiesta la plenitud de lo humano, y lo hace empezando por la familia en que eligió nacer y crecer. El misterio de la Encarnación del Hijo de Dios está vitalmente asociado con la vida de una familia concreta, y desde ella con todas las familias que con su entrega y testimonio enriquecen la humanidad. Por eso, la Iglesia, fiel seguidora de Cristo que vino al mundo para servir (Mt 20, 28) considera el servicio a la familia y a la familia humana (GS 3) entre sus principales y más queridas tareas.


Oremos con el Papa Francisco a la Sagrada Familia: Jesús, María y José, a vosotros, Santa Familia de Nazaret, dirigimos hoy la mirada con admiración y confianza; en vosotros contemplamos la belleza de la comunión en el verdadero amor; a vosotros os encomendamos todas nuestras familias, para que se renueven en ellas las maravillas de la gracia. Santa Familia de Nazaret, escuela atrayente del santo evangelio: enséñanos a imitar tus virtudes con una sabia disciplina espiritual, dónanos la mirada límpida en la que se reconoce la obra de la Providencia en las realidades cotidianas de la vida. Santa Familia de Nazaret, custodios fieles del misterio de la salvación: haced renacer en nosotros la estima por el silencio, que nuestras familias vuelvan a ser cenáculos de oración, transformadas en pequeñas Iglesias domésticas. Renueva el deseo de la santidad, sostén la noble fatiga del trabajo, de la educación, de la escucha, de la comprensión recíproca y del perdón. Santa Familia de Nazaret, devuelve a nuestra sociedad la conciencia del carácter sagrado e inviolable de la familia, bien inestimable e insustituible. Qué cada familia sea morada acogedora de bondad y de paz para los niños y para los ancianos, para quien está enfermo y solo, para quien es pobre y necesitado. Jesús, María y José os rezamos con confianza, y nos ponemos con alegría bajo vuestra protección.



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