Madre busca a su hija desaparecida

Muchos casos en familias

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José de Jesús Vázquez Hernández

Hace unos días tuve la oportunidad de conocer a la madre de una hija desaparecida desde hace aproximadamente cinco años, que sigue en lucha con Fe y Esperanza por recuperarla; sin embargo, lamenta el poco apoyo de la Sociedad y de las Autoridades respectivas por investigar, localizar y erradicar este problema que enluta a una gran cantidad de hogares.

Triste epidemia
La desaparición de personas es un mal que afecta no solamente a esta madre, de nombre Olivia, sino a muchas madres y padres que han sido indirectas víctimas de este lamentable delito, muy difícil de superar personalmente y en familia, a pesar de que ella no ha perdido la ilusión de encontrarla con vida, o bien, de saber qué fue de su hija.
En Jalisco, como en toda la República, existen muchos casos similares que sufren este fuerte dolor que causa la desaparición forzada de un hijo, hija, o de un familiar o amigo, y que la Sociedad lamenta. Pero sólo quien lo padece, dice Olivia, lo puede describir, pues falta más conscientización y solidaridad de la Sociedad por involucrarse en su disminución y resolución, dado que las personas no afectadas piensan que a ellas no les sucederá.

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Zozobra e incertidumbre
Comenta esta madre que su hija Berenice era de buen ver, pero se fue de Guadalajara, supuestamente de vacaciones, con una amiga a Ciudad Juárez, posiblemente engañada por una persona sospechosa, y después de tres o cuatro meses ya nada supo de ella, por lo que comenzaron a buscarla sin resultados positivos, y desde entonces no ha cejado en su localización.
Relata que estuvieron cerca de tener noticias de su hija cuando les comunicaron que una persona podía tener información de ella; sólo que, antes de lograr una entrevista con ese individuo, fue victimado, y esa fuente se perdió. Aun así, no pierde el ánimo de seguir esperando, confía en Dios y en las Autoridades en que un día regresará con vida a su hogar para consuelo de su madre, de su hija y su familia.
En esa búsqueda, desde el primer momento en que se pierde el contacto con el ser querido, inicia la desesperanza, la depresión, la enfermedad, los tratamientos, y se pasa por momentos desagradables por insufribles, como la denuncia, las citas en diferentes instancias, el requisito del ADN, los falsas informaciones que dicen tener sobre el ser querido, a veces condicionadas a cantidades de dinero que uno no tiene, etcétera.
Astrid, la nieta, ahora de siete años, conserva una ligera idea de su madre, y ambas, abuela y nieta, se motivan mutuamente y conservan la fe en volver a ver a Berenice, aunque Olivia tiene los píes firmes en la tierra, y en unión de miles de madres de desaparecidos, lucha por la recuperación de su hija y para que este dolor que ellas padecen no lastime a otras madres.
Olivia percibe que, en esta lucha, falta interés y convicción de los padres varones para involucrarse en esta problemática, pues hay más mamás que papás luchando para localizar a sus familiares, y considera que si se trabaja unidos Sociedad y Autoridades contra la indiferencia del dolor ajeno y se combaten las causas que originan el problema, habrá menos madres en busca de sus hijos.

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