La Sagrada Escritura escrita en el corazón de la Iglesia

EDIT2Juan López Vergara

El Evangelio que la Iglesia dispone en la Eucaristía, nos invita a celebrar la segunda aparición del Señor reseñada por Juan, donde vemos al Resucitado reprochar a Tomás el no haber creído en el testimonio de los otros discípulos. Y también, la primera conclusión de la obra, en la cual el evangelista indica que su objetivo consiste en suscitar la fe en Jesús y así tener vida en su nombre (Jn 20, 19-31).

Al ver al Señor se llenaron de alegría
Los discípulos se encontraban asustados, con las puertas cerradas. De pronto “se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: ‘La paz esté con ustedes’” (v. 19). La aparición es iniciativa de Jesús. Jesús está vivo y así se presenta a los suyos. Les descubre sus huellas identificatorias, que provocaron la alegría: “Les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor se llenaron de alegría” (v. 20).
Ese ‘ver al Señor’ motiva el surgimiento de la fe en el corazón de los suyos y su transformación radical: la plenitud de la alegría. Los discípulos están llamados a dar testimonio de esa alegría surgida de su encuentro con el Señor de la Vida. La alegría, por consiguiente, es algo muy serio. Tan seria que puede transformar el mundo, pues Jesús llena de esperanza y de sentido nuestra vida colmándonos de la alegría pascual.

La fe emana del sacrificio
redentor de Jesús
Después de reiterarles la paz, Jesús sopló y les confirió el don del Espíritu y la capacidad de perdonar los pecados (véanse vv. 21-23). Cristo resucitado obsequia a los suyos el Espíritu que realiza una re-creación de la comunidad. ¿Acaso no es el principio de una escatología ya realizada?
Tomás que no estaba en el momento de la aparición, dudó del testimonio de sus hermanos y exigió pruebas: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré” (v. 25). Jesús se presentó de nuevo y mostrándole los estigmas de su sacrificio redentor, lo amonestó: “No sigas dudando, sino cree” (v. 27). Esto suscitó la confesión de fe neotestamentaria más significativa: “¡Señor mío y Dios mío!” (v. 28). Juan, al final de su evangelio, una vez más sugiere que dirijamos nuestra mirada creyente hacia la llaga del costado (compárese 19, 34).

El Espíritu rinde testimonio
Cuánta razón asiste a Henry de Lubac cuando afirma: “Desde hace veinte siglos, el testimonio de la primera generación creyente se mantiene intacto, porque sigue siendo siempre un testimonio vivo”. Y nos desafía: “¿Por qué deberíamos nosotros quedar en la ribera de la historia? El Espíritu rinde siempre testimonio al espíritu. El Reino de Dios está todavía entre nosotros”.
Permítaseme insistir en el Catecismo joven de la Iglesia Católica, un libro único, escrito pensando realmente en nuestros jóvenes, donde leemos: “Escritura y Tradición van unidas. La transmisión de la fe no se da en primer lugar a través de los textos. En la Iglesia antigua se decía que la Sagrada Escritura estaba escrita ‘más en el corazón de la Iglesia que sobre pergamino’” (Youcat. México, Dabar-Encuentro, México, D. F 2012, Núm. 12, pág. 19).

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