Junto a la definición de la Rota Romana, como Tribunal de la Familia, el Santo Padre hizo hincapié en la otra prerrogativa, es decir, que es “el Tribunal de la verdad del vínculo sagrado. Y estos dos aspectos son complementarios. La Iglesia, de hecho, puede mostrar el amor misericordioso e indefectible de Dios a las familias, especialmente a las heridas por el pecado y las pruebas de la vida y, al mismo tiempo, proclamar la verdad esencial del matrimonio según el designio de Dios. Este servicio está confiado principalmente al Papa y los obispos”.
A continuación se refirió al camino sinodal sobre la familia que en los dos últimos años hizo posible un “discernimiento sapiencial profundo, gracias al cual la Iglesia, entre otras cosas, ha indicado al mundo que no puede haber confusión entre la familia querida por Dios y todo otro tipo de unión” y evidenció que la actividad de la Rota, “tanto a la hora de juzgar, como a la de contribuir a la formación permanente, asiste y promueve el “opus veritatis”.
Cuando la Iglesia, a través de su servicio, se propone declarar la verdad sobre el matrimonio en el caso concreto para el bien de los fieles tiene presente, al mismo tiempo, que aquellos que, por elección libre o por circunstancias infelices de la vida viven en un estado de error objetivo, siguen siendo objeto del amor misericordioso de Cristo y por lo tanto de la misma Iglesia”.
“La familia y la Iglesia, en ámbitos diversos -prosiguió- contribuyen a acompañar al ser humano hacia el fin de su existencia. Y lo hacen sin duda con las enseñanzas que transmiten, pero también con su propia naturaleza como una comunidad de amor y vida. Si la familia puede decirse "Iglesia doméstica", la Iglesia se aplica correctamente el título de “familia de Dios”.
“Debido a que es madre y maestra, la Iglesia sabe que, entre los cristianos, algunos tienen una fe fuerte, formada por la caridad, fortalecida por una buena catequesis y alimentada por la oración y la vida sacramental, mientras que otros tienen una fe débil, descuidada, no formada, poco educada, u olvidada”, señaló Francisco.
“Se debe reafirmar claramente que la calidad de la fe no es una condición esencial del consentimiento matrimonial, el cual, de acuerdo con la doctrina de siempre, puede ser minado solamente a nivel natural. De hecho, el “habitus fidei” se infunde en el momento del bautismo y sigue teniendo un misterioso influjo en el alma, incluso cuando la fe no se haya desarrollado y psicológicamente parezca estar ausente”.
“No es raro que los novios, empujados al verdadero matrimonio por el “instinctus naturae”, en el momento de la celebración tengan un conocimiento limitado de la plenitud del plan de Dios, y sólo después, en la vida familiar, descubran todo lo que Dios, Creador y Redentor ha establecido para ellos”.
“Las deficiencias de formación en la fe y también el error relativo a la unidad, la indisolubilidad y la dignidad sacramental del matrimonio vician el consentimiento matrimonial solamente si determinan la voluntad. Precisamente por eso los errores que afectan a la naturaleza sacramental del matrimonio deben sopesarse con mucha atención”.
“La Iglesia, por tanto, con renovado sentido de la responsabilidad -finalizó el Pontífice- sigue proponiendo el matrimonio, en sus elementos esenciales -prole, bien de los cónyuges, unidad, indisolubilidad, sacramentalidad -no como un ideal para unos pocos, a pesar de los modelos modernos centrados en lo efímero y lo transitorio, sino como una realidad que, en la gracia de Cristo, pueden vivir todos los fieles bautizados. Y por lo tanto, con mayor razón, la urgencia pastoral, que atañe a todas las estructuras de la Iglesia, empuja a la convergencia hacia un propósito común encaminado a la preparación adecuada para el matrimonio, en una especie de nuevo catecumenado, tan deseado por algunos Padres Sinodales”.+
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