Los Bienhechores
“La Caridad es la reina de las virtudes. Como el hilo entrelaza las perlas, así la caridad a las otras virtudes. Cuando se rompe el hilo, caen las perlas. Por eso, cuando falta la Caridad, las virtudes se pierden”. San Pío de Pietrelcina.
Pbro. Adrián Ramos Ruelas
Las Obras de Caridad y las de Misericordia han de ser puestas en práctica, sobre todo en el actual Tiempo de Cuaresma y en este Año Jubilar de la Misericordia.
Y una Obra gigante de Caridad es, sin duda, apoyar a un Seminarista, contribuyendo en su formación hasta que llegue a ser Sacerdote.
INGREDIENTES DE FORMACIÓN
Para formar un Sacerdote se necesitan muchos componentes. Así como se prepara un delicioso postre con varios elementos, un buen Sacerdote requiere de varios factores, entre los cuales destaca como el más importante su profunda relación de amor y amistad con el Señor, que un buen día lo llamó.
El apoyo incondicional de la familia es otro factor indispensable para “cocinar” un buen Seminarista, pues es la principal y más sana fuente de afecto y seguridad. El Seminario, es decir, el ambiente comunitario que recibe al candidato y lo acompaña durante varios años, es esencial y deja una honda huella en cada Seminarista que, al final de su formación, es escrutado y presentado para la Ordenación Sacerdotal.
Pero no puede faltar, ciertamente, la contribución de todo un pueblo que ofrece su apoyo material, moral y espiritual al futuro Sacerdote. Y destacan con luz propia (aunque ellos quisieran lo menos posible brillar, debido a su humildad) los bienhechores, gente de Dios que apoya a los Seminaristas con el lavado de ropa, en el pago de alguna beca o colegiatura, con el costeo de algunos útiles, con la elaboración de la comida, etc. A ellos va nuestro agradecimiento sincero, ahora que se acerca el Día del Seminario.
UN PEQUEÑO
GRAN TESTIMONIO (TITÍ)
Cecilia Díaz Ortiz (Tití) fue una niña encantadora. Amaba mucho a los Seminaristas que iban de Misión a su pueblo natal, Ahualulco de Mercado, donde vivía alegremente a pesar de su enfermedad (le habían amputado, en el lluvioso mes de julio de 2005, su piernecita). Ella era muy dedicada en su estudio y tenía muchos amigos. También le gustaba bastante ir al Catecismo. Su amor por los futuros Sacerdotes la llevó a ofrecer a Dios sus malestares e inyecciones que, con motivo de sus terapias, le administraban. Ella esperaba ver a sus amigos ya “hechos Sacerdotes” y ofreció su misma enfermedad por sus Seminaristas, de quienes era considerada la “Reinecita de las vocaciones”. Hace ya casi diez años que se fue al Cielo. Lo sabemos. Siempre quiso ver a sus Seminaristas como Sacerdotes. Ahora, seguramente, se goza de que haya más Cristos sobre la Tierra, elevando la hostia y el cáliz, alimentando a tantas personas, absolviéndolas y aconsejándolas para llegar también allá.
Como ella, son muchas las personas que dan su vida por el Seminario o por algún Seminarista en particular. El gran cariño que el Pueblo de Dios le tiene a nuestra querida Institución ha de ser reconocido al menos con una convivencia que se organiza en fecha cercana al Día del Seminario. En realidad, es mucho lo que se merecen. Dios, por supuesto, recompensará tanto bien que le hacen a alguno de estos hermanos nuestros más pequeños y, por cada vaso de agua que les hayan dado, recibirán, siguiendo el Evangelio, recompensa de Profeta.
FESTEJO ANUAL
En esta ocasión, el domingo 21 de febrero, la Casa del Seminario Menor, ubicada en Lázaro Cárdenas 4249, abrió las puertas a todas las personas que colaboran con su sacrificado y callado servicio a la formación de los Sacerdotes del mañana. Para ellos van nuestra oración, nuestras atenciones, nuestro sincero agradecimiento y el hermoso regalo de la vocación, que se conserva, en gran parte, por su generosidad.
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