Por Fernando PASCUAL |
Escoger bien no resulta fácil. Por eso nos equivocamos continuamente. ¿Cómo evitar las equivocaciones? Con ayuda de la ética.
Por desgracia, también hay errores en las propuestas éticas. Es decir, no todas las teorías éticas explican correctamente en qué consiste el bien y cómo lograrlo.
Ante un panorama complejo como el que presenta nuestro mundo pluralista, urge elaborar una ética que ayude a encontrar el bien, y no cualquier bien, sino aquel que corresponda plenamente a la naturaleza humana.
Las reflexiones anteriores muestran las relaciones que existen entre ética y antropología, pues la búsqueda del bien implica entender lo que somos y lo que corresponde a nuestra auténtica realización.
Si miramos a la filosofía, recordaremos cómo Platón, Aristóteles, san Agustín, santo Tomás, y tantos otros, veían la ética como una ayuda para realizar el bien humano, desde una comprensión que aspiraba a entender correctamente la naturaleza humana.
Cuando la antropología pierde el norte y explica a los hombres y mujeres como seres sometidos a la sociedad, o como “robots” controlados por los instintos, por el subconsciente o por las neuronas, o como sujetos libres que pueden hacer de sí mismos cualquier cosa, se elaborarán teorías sobre el bien erróneas y propuestas éticas distorsionadas.
En cambio, si la antropología reconoce lo específico de la humanidad, su condición temporal y eterna, su complejidad biológica y espiritual, entonces será posible elaborar una ética abierta al verdadero bien humano; un bien que se alcanza por lo que Aristóteles denominaba como “vida realizada” o “vida plena”.
La ética llegará a ser un auténtico camino hacia el bien cuando se deje ayudar por buenas antropologías. Entonces comprenderá mejor el sentido de nuestras vidas y cuál es la mejor manera de actuar junto a otros seres humanos, sin dejar de prestar la atención debida al ambiente que nos rodea.
Tal ética, además, estará abierta al mundo de lo eterno, en el que será posible la plena realización de las aspiraciones más profundas de nuestra naturaleza racional. Un mundo en el también brillará la justicia, porque cuando ésta no se consigue en este mundo temporal y caótico, al menos estará garantizada en el que inicia tras la muerte gracias a la existencia de un Dios que permite el triunfo completo del bien, de la verdad y de la belleza.
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