Pocas lecturas me resultan tan gratas como las memorias de los eclesiásticos


Memorias del cardenal Juan Sebastián, escucho una conferencia de Borges, suenan las variaciones Golberg de Bach. Resultaría fácil hacer una crítica de la época que reflejan y los detalles que sabiamente callan esas memorias. Pero lo dejo todo al juicio definitivo que el cardenal y yo tendremos algún día. He jugado antes una partida de ajedrez. Hay una Mano que mueve la ficha de ese purpurado y la mía. Me confío a esa Mano.
No soy duro con nadie. Me gustaría que todos, teólogos y pastores, procedieran con el rigor lógico de Borges o de Bach. Qué duda cabe que hay distintas escuelas que nos diferencian bastante a unos de otros. Quizá siempre ha sido así. Se supone la buena voluntad en todos. Tengo siempre presente que por muy comprensivo que yo sea, al final, la verdad es una.
Aun así, no seré yo quien cargue en mi conciencia con el peso de la palabra amarga. Los que no están de acuerdo conmigo pueden contar con un paseo para dialogar, pero no con mi acritud.

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