La benevolente paciencia de Dios

Juan López Vergara

El Santo Evangelio que nuestra Madre Iglesia dispone hoy en la Mesa de la Sagrada Eucaristía, tiene por objeto llamar a la conversión y, al mismo tiempo, revela el hondo misterio de la inmensa bondad de Dios (Lc 13, 1-9).

Los acontecimientos: maestros venidos de Dios
Para San Lucas, sensible Historiador de la Salvación, el diálogo que Dios mantiene con los hombres se verifica en los entresijos de la Historia a través de los acontecimientos de todo orden que tejen nuestra vida. Por tanto, deben ser recibidos como maestros venidos de las manos de Dios; incluso aquellos que, en apariencia, no responden a lógica alguna, como el brutal asesinato en masa perpetrado por el Procurador de Judea: “En aquel tiempo, algunos hombres fueron a ver a Jesús y le contaron que Pilato había mandado matar a unos galileos mientras estaban ofreciendo sus sacrificios” (v. 1).

Una llamada a la conversión
La reacción de Jesús es muy original, pues, lejos de respaldar la interpretación común que solía creer que semejantes sucesos respondían a la mala conducta de las víctimas, indujo a reflexionar, para que la trágica suerte de aquellos galileos cuestionara a quienes se preguntaban por ella (véanse vv. 2-4). Y esto, al extremo de que, no obstante el cruento y sacrílego suceso, desde la perspectiva de Jesús es menester que sus discípulos lo asuman como motivo de discernimiento. Si bien los signos de los tiempos, aparte de ser una llamada al análisis intelectual, son una exigencia de compromiso, de servicio a los demás. Los signos de los tiempos, ante todo, son una exhortación a la conversión, porque “si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante” (v. 5).

Un tiempo de Gracia
La Biblia se complace en contar historias: “Oh Dios, nuestros oídos lo oyeron, nos lo contaron nuestros padres”’ (Sal 44, 2). Jesús, digno hijo de su pueblo, es un Maestro de la narración, y como el Evangelista acostumbra hacer en su obra, lo presenta ilustrando su enseñanza con un ejemplo (véanse vv. 6-9).
Se trata de una parábola que cuenta de un propietario que tenía plantada una higuera en su viñedo. Cuando por tercer año consecutivo fue a buscar fruto, se percató de que la higuera no tenía ninguno, por lo cual ordenó al hortelano encargado de cuidar la viña, que la arrancara. El viñador, entonces, abogó por el arbolito, solicitándole al propietario le concediera un año más, durante el cual él se esmeraría en prodigarle especiales cuidados.
Jesús revela, así, la generosa paciencia de Dios, motivándonos a descubrir el misterio escondido en el corazón de los acontecimientos; pero, simultáneamente, nos conmina a la conversión; es decir, a un auténtico cambio de vida, generador de obras de justicia y caridad, como muestran las propias palabras del hortelano, con las que Jesús concluye tan breve Parábola: “Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré” (vv. 8-9).

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