El magisterio pontificio sobre los medios de comunicación ha conocido una trayectoria que, a partir del mensaje para la jornada mundial de las comunicaciones sociales de 2009, supuso un paso adelante en la comprensión y explicación antropológica, sociológica, pastoral y teológica ya no sólo del fenómeno masmediático en general sino de la comunicación digital en particular.
En 2009 Benedicto XVI atinó al identificar en el valor de la amistad el porqué del éxito de las redes sociales para, al año siguiente, 2010, proponer el mundo digital como un ámbito de acción pastoral para los sacerdotes. La propuesta no podía obviarse en vista de que en muchos ambientes clericales había una cierta resistencia hacia internet, fruto de una visión predominantemente negativa del mismo.
En 2011 Benedicto XVI apuntó a un nuevo valor central en la era digital: la autenticidad. Al año siguiente, 2012, el mismo autor tuvo la genialidad de hacer entrar el silencio como parte nodal del proceso comunicativo o, por mejor decir, de una adecuada comunicación. Finalmente, en 2013 Benedicto XVI habló explícitamente de las redes sociales como “lugares” para la evangelización. En poco menos de diez párrafos el Papa dejaba atrás la discusión en torno a si internet es un mundo virtual distinto del mundo real, discusión especialmente presente en seminarios y casas de formación.
Aunque de un modo más discreto, Papa Francisco dio también un empujó a esta evolución del acercamiento magisterial católico al mundo de las comunicaciones al insertar ese mundo en la dinámica del servicio en la “cultura del encuentro” (mensaje de 2014; en el mensaje de 2016 va más allá y habla de la “proximidad” como poder de la comunicación). Ha pasado casi desapercibido, sin embargo, la ulterior profundización y desarrollo que en el mensaje para la jornada mundial de las comunicaciones sociales de 2016 ha hecho el mismo Papa Francisco.
Aunque dedicado al binomio comunicación-misericordia, hay al menos dos momentos donde el Pontífice vuelve (no explícitamente refiriéndose a él ni usando los mismos términos) a dos ideas tocadas precedentemente por Benedicto XVI: la consideración del entorno digital como “lugar de encuentro” (remitible el mensaje de 2013) y la “escucha” como categoría integrante de un buen proceso comunicativo (evoca el mensaje de 2012).
Pero lo realmente nuevo y enriquecedor del mensaje de 2016 lo hallamos en otros argumentos. Aun tratándose de reflexiones secundarias remitidas a las principales en torno a la misericordia y a la comunicación, hay tres novedosos aspectos originales en el magisterio papal en la materia: 1) dice que “los correos electrónicos, los mensajes de texto, las redes sociales, los foros, pueden ser formas de comunicación plenamente humanas”. Y a continuación matiza dónde debemos encontrar el criterio para valorarlos de este modo: “No es la tecnología la que determina si la comunicación es auténtica o no, sino el corazón del hombre y su capacidad para usar bien los medios a su disposición”. La aportación no es de poco valor en vista de que no son pocos quienes ven en esos modos de comunicación meras maneras de alienación y despersonalización de las relaciones humanas. Ciertamente en el fondo el mismo Papa evoca esas posibilidades desde el momento en que habla de un “pueden ser”. Lo importante e interesante aquí es cómo remite a la intencionalidad del sujeto y no al mero uso de los instrumentos para valorar lo que hace humanamente plena la comunicación.
Una segunda contribución es la de 2) enlazar redes sociales con bien común. Esto queda claramente identificado al referir que “También en red se construye una verdadera ciudadanía. El acceso a las redes digitales lleva consigo una responsabilidad por el otro, que no vemos pero que es real, tiene una dignidad que debe ser respetada. La red puede ser bien utilizada para hacer crecer una sociedad sana y abierta a la puesta en común”. En cuanto acabamos de citar queda de manifiesto una consideración acerca del habitante de la red como parte de una sociedad que, precisamente por su “realidad” (nótese cómo queda en desuso el concepto “virtual”), es lugar de bien común. Porque el ámbito digital es susceptible de “comunicación plenamente humana”, “las redes sociales son capaces de favorecer las relaciones y de promover el bien de la sociedad”.
Es así que llegamos al tercer aspecto: el bien común específico que aportan quienes habitan las redes sociales es la proximidad, una proximidad que se concreta en el “encuentro”.
La profundidad con que en los últimos años la Iglesia se ha tomado en serio la reflexión acerca de la revolución antropológica que ha supuesto internet le está colocando a la vanguardia de la comprensión global del fenómeno. Un fenómeno que, por cierto, está tocando también el modo como las personas viven la fe en la era digital.
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