El bautismo vivido con lentitud, en medio de un ambiente de oración, sin muchos ojos que miren



















Hace pocos días me pidió un matrimonio amigo si podía ser padrino de su hija. Dada la mucha amistad que me une a la madre, acepté con gusto. Hoy pensaba cómo organizaría yo un bautismo ideal. Es decir, un bautismo donde toda la preeminencia la tuviera el poder vivir la ceremonia con la mayor intensidad posible.
Pues yo sugeriría celebrar el bautismo en la mayor intimidad posible: sólo los padres y los abuelos, y como mucho dos personas más. Haría la ceremonia en la cripta de alguna catedral gótica. La pequeña cripta de Alcalá, repleta de reliquias, es perfecta.
Haría la ceremonia con mucha lentitud, en latín, a la luz de las velas, con una magnífica capa pluvial, con un voluminoso ritual sostenido por un acólito. Toda la iluminación de ese espacio sagrado estaría a cargo de una docena de velas. Un incensario impregnaría al lugar del aroma que conviene a este tipo de rituales sagrados.
Media hora después, tendría lugar la misa de acción de gracias o votiva del Espíritu Santo, u otra que diera devoción a la familia, por ejemplo, la Misa del dulce nombre de María. A esa misa ya asistiría el resto de la familia y amistades y tras la bendición final se ofrecería a la pequeña niña a la Virgen María.
Éste es un modo, a mi entender, de conciliar el aspecto comunitario, social, de este tipo de acontecimientos, con el deseo de vivir el misterio en la mayor intimidad posible. Además, me parece que actualmente casi todo el mundo entendería que ese día tuviera dos ceremonias: la del misterio de gracia del bautismo vivida en la intimidad, y la de la misa de acción de gracias vivida en comunidad.

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