Transformados por el Amor

Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara

Queridas hermanas y hermanos:

La Transfiguración de Jesús tiene como finalidad, en primer lugar, revelarnos que Él es el Hijo amado del Padre. Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a Juan, y se los llevó a lo alto del monte; les pidió que salieran del espacio donde se encontraban, para acompañarlo. Con esta acción, el Señor nos está diciendo cuál debe ser el espíritu de la Cuaresma.
Solamente saliendo de nuestra comodidad, de nuestra rutina, de nuestra cómoda forma de vivir, podemos experimentar un verdadero cambio en el Tiempo Santo de la Cuaresma, para prepararnos mejor a la Fiesta de la Pascua. Si seguimos en donde estamos, sin mortificarnos, nada va a cambiar en nuestra vida, todo va a seguir igual, si es que no empeoran las cosas. Para experimentar un cambio en nuestra vida, tenemos que salir, tenemos que dejarnos llevar de la mano de Dios. Hemos de dejar nuestros vicios, defectos, mañas y costumbres, nuestra mala manera de vivir; dejarlas y salir, de la mano de Dios, para recobrar nuestra verdadera condición de hijos dignos del Padre.
Por otra parte, además de salir de nuestra comodidad, advirtamos que la oración develó el prodigio de la Transfiguración de Jesús. Sólo la oración humilde y perseverante, también, puede llevarnos a redescubrir nuestra condición de hijos de Dios que se nos dio el día de nuestro Bautismo. Únicamente la oración puede redescubrirnos esta dignidad, transfigurarnos en auténticos hijos de Dios.
El Tiempo de Cuaresma es para que no olvidemos que Dios nos eligió para que fuéramos sus hijos y para que, muertos al pecado, vivamos en la resurrección de una vida digna, nueva y plena. Mientras no gocemos de ella, tenemos que reconocer que vivimos en la esclavitud, en el sometimiento a nuestros vicios y pecados.
Dios nos quiere hijos libres, nuevos, marcados por el Amor y la fuerza transformadora de su Espíritu.
Nuestra vida no tiene como meta el sufrimiento y la muerte. La Cruz, el sufrimiento y la muerte son una condición, son un paso para alcanzar la verdadera vida y la plenitud de la resurrección.
Cristo, luego de transfigurarse ante sus discípulos, volvió a servir a los pobres, a los humildes; volvió para padecer, morir y, después, resucitar. Mientras no se dé para nosotros esa plenitud de la transformación en Jesucristo, estamos en la vida para servir a todos, de manera muy especial a nuestros hermanos pobres, y para prepararnos a esa transfiguración plena en la vida eterna con Jesucristo.
Esto es lo que el Papa Francisco nos recordó con su presencia humilde, sencilla, y amorosa, para con todos los sectores.
Nuestra vida debe ser un servicio para dignificar la vida humana, para recuperar la dignidad perdida por la injusticia, la violencia, la corrupción, la ambición y la discriminación. Nuestra Misión como discípulos de Cristo y como miembros de la Familia de Dios en la Iglesia es recuperar y reconstituir la vida digna de los hijos de Dios para todos, de acuerdo al mensaje que nos dejó el Papa.
Nos sentimos fortalecidos en la Fe con su presencia, renovados en la Esperanza y comprometidos en el Amor y en la Caridad a nuestros hermanos.
Con la visita que le hizo a la Virgen de Guadalupe, a la que le dedicó un tiempo especial y prolongado, nos indicó que su presencia en México la llevó a cabo bajo la inspiración y a la luz de esta mirada maternal de Santa María.
Por eso, no sólo recordamos esta Gracia de la Visita del Santo Padre, sino que la agradecemos a la Providencia de Dios, que nos la ha concedido como un don.

Yo les bendigo en el nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo.

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