Quiere abrazarnos la Misericordia de Dios

Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara

Hermanas y hermanos muy apreciados:

Dos temas centrales en la Sagrada Escritura son el pecado y la misericordia. Uno, el que tiene que ver con nosotros, el pecado, una realidad muy nuestra que, tristemente, nos acompaña y nos pertenece, porque somos parte de la Humanidad herida por este Mal.
El otro, el tema del perdón, corresponde a Dios, pero dirigido a nosotros pecadores. Nosotros aportamos el pecado, y Dios aporta su perdón.
Estos temas, pecado, perdón y misericordia, son el centro del Año Jubilar que ha convocado el Papa Francisco para toda la Iglesia, y que estamos celebrando con mucha Fe y con mucho fruto.
Durante este año, de modo especial, estamos llamados a reconocer nuestra condición de pecadores y a confesar, con humildad e integridad, nuestros pecados; llamados a experimentar cuánto está dispuesto Dios a perdonarnos y a amarnos, por grandes y numerosos que sean nuestros errores.
No obstante que sepamos y nos sintamos que somos los más pecadores, podemos manifestarle a Dios nuestro amor, de diferente manera. ¿Cuál es la respuesta de Jesús para los pecadores que están sinceramente arrepentidos?: el perdón. Aunque alguien peque mucho, si está sinceramente arrepentido y ama mucho, sus pecados le son perdonados.
Ni siquiera Jesús se pone a indagar cuáles son esos pecados; no los enumera, no los cataloga. Sencillamente, al experimentar que alguien está arrepentido y lo manifiesta con amor, el Señor dice: “Tus pecados te son perdonados”.
Una actitud farisaica e hipócrita, que es lo contrario a la sinceridad, es muy peligrosa y, por otra parte, muy común. Es la actitud de quien hace juicios sobre la vida y sobre la conducta de los demás y, al mismo tiempo, muchas veces, hace juicios hasta del mismo Jesús.
El mensaje sobre el pecado, el perdón y la misericordia es sencillo, práctico y profundo. Desde luego, a Dios le interesa saber que somos pecadores, porque el pecado es el daño más grande que podemos sufrir en esta vida. Pero más le interesa que, reconociendo nuestro pecado, nos arrepintamos y le amemos.
Una vez que reconocemos nuestros pecados, la Misericordia de Dios nos alcanza, abraza, envuelve, redime. San Pablo lo dice de la siguiente manera: “Cristo me amó y entregó su vida por mí” (Gál. 2,20). Y cada pecador puede decirlo con toda verdad, por grandes y muchos que sean los pecados. Por eso, soy perdonado, redimido, purificado.
Pero, aparece un elemento propio de nuestra cultura: numerosos pecadores no saben que están en pecado; no quieren reconocer que lo que hacen y cómo viven es pecado. Y, así, la Misericordia de Dios no puede actuar.
Eso nos pasa a muchos, hoy. Practicamos determinados comportamientos que para nosotros no son pecado. Cada quien debe saber a qué me refiero. Muchas personas cometen errores verdaderamente graves respecto a su vida, a los demás, a la justicia, a la buena relación, a tantas cosas, y viven como si no fuera pecado. Dicen que ‘eso’ no es pecado; que ‘eso’ ya se usa; que así se permite vivir, que todo mundo lo hace, etc.
Si no hay un reconocimiento sincero de que nuestro comportamiento, de que nuestra manera de vivir no se ajusta al Plan de Dios, será muy difícil que sintamos arrepentimiento, y más difícil aún será que sintamos amor.
Si no amamos a Dios, si no nos experimentamos amados por Él, nunca nos daremos cuenta de cuán grave es la ofensa que le hacemos con nuestros pecados. Sólo el que ama mucho se arrepiente mucho, y sólo el que se arrepiente mucho, recibe mucho perdón, amor y misericordia, porque la Misericordia de Dios es infinitamente más grande que los más grandes y numerosos pecados nuestros.
Se nos facilita fijarnos en los pecados, defectos, limitaciones, impurezas morales de los demás, pero no nos sentamos a ver nuestros pecados. Ésta es una actitud peligrosa y, desgraciadamente, muy común.
La otra actitud de que nada es pecado, de que no tengo nada de qué arrepentirme, de que no tengo nada de qué pedir ni esperar perdón, porque así todo mundo lo hace, aleja del Plan de Dios y atenta contra la dignidad la persona.

Yo los bendigo en el Nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo.

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