(1 Re 19,16b.19-21) "Unge profeta sucesor tuyo a Eliseo"
(Gal 5,1.13-18) "Para vivir la libertad, Cristo nos ha liberado"
(Luc 9,51-62) "El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza"
(Gal 5,1.13-18) "Para vivir la libertad, Cristo nos ha liberado"
(Luc 9,51-62) "El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza"
Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
--- Enviados por Dios
Las lecturas de la Misa nos ayudan a meditar las exigencias que la propia vocación lleva consigo en el servicio a Dios y a los hombres. La Primera lectura muestra cómo Elías es enviado por Dios desde el Horeb, para que consagrara como profeta de Yavé a Eliseo. Bajó Elías del monte y encontró a Eliseo arando: pasó a su lado y le echó encima el manto, indicando con este gesto que Dios lo tomaba a su exclusivo servicio. Eliseo respondió con prontitud y con plenitud, sin dejar atrás nada que le retuviera: Cogió la yunta de bueyes y los mató, hizo fuego con los aperos, asó la carne y ofreció de comer a su gente. Luego se levantó y se marchó tras Elías. San Lucas nos presenta en el Evangelio de la Misa a tres personas que pretenden seguir al Señor. El primero se acerca a Jesús mientras iban de camino en ese largo viaje, el último, hacia Jerusalén y hacia el Calvario. Las disposiciones de este nuevo discípulo parecen excelentes: te seguiré a dondequiera que vayas, le dice al Maestro. Y ante esta muestra de Generosidad, el Señor quiere dejarle claro el género de vida que le espera si de verdad le sigue, para que luego no se llame a engaño. La misión de Cristo es un ir y venir constante, predicando el Evangelio y dando la salvación a todos, y no tiene dónde reclinar la cabeza. Así ha de ser la vida de los que le sigan: han de estar desprendidos de las cosas y su disponibilidad ha de ser completa.
Al segundo, es el mismo Señor quien le llama: Sígueme, le dice. Este posible discípulo que es invitado a seguir de cerca al Maestro quiere oír la llamada, pero no inmediatamente; piensa en un tiempo más oportuno, porque le retiene un asunto familiar. No se da cuenta de que cuando Dios llama, ése es precisamente el momento más oportuno, aunque en apariencia, miradas con ojos humanos las circunstancias que rodean una vocación, puedan encontrar razones que aconsejen dilatar la entrega para más adelante. Dios tiene planes más altos para el discípulo y para quienes, aparentemente, saldrían perjudicados por su marcha.
--- No mirar atrás
El tercero de los discípulos quiere volver atrás para despedirse de los suyos. Quizá desea estar un tiempo, el último, con los de su familia. Éste parece que ya ha puesto la mano en el arado, que está decidido a seguir al Maestro. Pero la llamada del Señor siempre urge porque la mies es mucha y los operarios pocos. Y hay mieses que se estropean porque no hay quien las recoja. Entretenerse, mirar atrás, poner “peros” a la entrega, todo es lo mismo. Jesús le dice: Nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el reino de Dios.
La nueva labor del que es llamado es como la del arado palestino, que es difícil de guiar y más aún en la tierra dura de la orilla del lago de Genesaret. No se puede mirar atrás después de haber puesto la mano en el arado; no se puede volver la cara atrás después de la llamada del Señor. Para ser fieles, y felices, es preciso tener siempre los ojos fijos en Jesús.
A veces la tentación de mirar atrás puede llegar a causa de las propias limitaciones; de la conducta de personas que tendrían que ser ejemplares y no lo son; en otras ocasiones puede llegar esa tentación a causa de la falta de esperanza, al ver la santidad como lejana a pesar de los esfuerzos, de luchar una y otra vez.
“Después del entusiasmo inicial, han comenzado las vacilaciones, los titubeos, los temores. ‑Te preocupan los estudios, la familia, la cuestión económica y, sobre todo, el pensamiento de que no puedes, de que quizá no sirves, de que te falta experiencia de la vida.
Te daré un medio seguro para superar esos temores ‑¡tentaciones del diablo o de tu falta de generosidad!‑ : "desprécialos", quita de tu memoria esos recuerdos. Ya lo predicó de modo tajante el Maestro hace veinte siglos: "¡no vuelvas la cara atrás!"“ (Surco 133).
Por el contrario, en esas situaciones que pueden cargarse de añoranzas, hemos de mirar a Cristo que nos dice: Sé fiel, sigue adelante.
Mirar atrás es la tibieza que se introduce en el corazón de quien no tiene los ojos puestos en el Señor; es no haber llenado el corazón de Dios y de las cosas nobles de la propia vocación.
Mirar atrás con tristeza puede significar romper la reja del arado contra una piedra o por lo menos que el surco salga torcido... Y en la tarea sobrenatural lo que está en juego son las almas.
--- Exigencias de la propia vocación
Nosotros sólo queremos tener ojos para mirar a Cristo y todas las cosas nobles en Él. Por eso podemos decir con el Salmo: “El Señor es el lote de mi heredad. Me enseñará el sendero de mi vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha” (Sal 15,11).
“El hombre se realiza o se pierde, según que cumpla en su vida el designio concreto que sobre él tiene Dios” (Illanes, Mundo y santidad, Rialp, Madrid 1984, p.108).
La fidelidad a la propia vocación lleva consigo responder a las llamadas que Dios hace a lo largo de la vida. Habitualmente se trata de una fidelidad en lo pequeño de cada jornada, de amar a Dios en el trabajo, en las alegrías y penas que conlleva toda existencia, de rechazar con firmeza aquello que de alguna manera signifique mirar donde no podemos encontrar a Cristo. La fidelidad se apoya en una serie de virtudes esenciales sin las cuales se haría difícil o imposible seguir al Maestro: La humildad para reconocer que tenemos los pies de barro; la prudencia y la sinceridad que son consecuencia de la humildad; la caridad y la fraternidad, que impiden encerrarnos en nosotros mismos; el espíritu de mortificación, que lleva a la templanza, a la sobriedad, a la lucha contra la comodidad y el aburguesamiento, a no buscar compensaciones, que acabarían resultando amargas, pues alejan del Señor; el espíritu de oración, que nos lleva a tratar a Dios como a un Amigo, como al Amigo de toda la vida.
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