Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara
Apreciables hermanas y hermanos:
En la Biblia, San Pablo les escribe a los Romanos (8,11): “Quien no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo”. Esto es algo grave y serio. No tener el Espíritu de Cristo y, por tanto, no pertenecer al Señor, nos pone en una situación de perdición. Solo en Cristo hay vida, solo en Él hay salvación, y si no tenemos su Espíritu, no somos de Él.
Pero, ¿qué –acaso- los bautizados no hemos recibido el Espíritu de Cristo? Sí, vino por primera vez para nosotros en esa ocasión, nos lavó del pecado original y nos hizo hijos en el Hijo único de Dios. Después, a quienes recibimos el sacramento de la Confirmación, se nos dio una nueva efusión del Espíritu. Había dicho Jesús: “Recibirán al Espíritu Santo y serán mis testigos” (Hch. 1,8).
Pero no basta haber recibido este Espíritu, sino que hay que vivir según ese mismo Espíritu. Hay que pensar como pensaba Cristo, hay que sentir como sentía el Señor, sobre todo respecto de las necesidades y sufrimientos de los demás. Y, sobre todo, hay que actuar como actuaba Él.
Si vemos, pensamos, sentimos, actuamos como Jesús, estamos ciertos que somos de Él, que su Espíritu está en nosotros. Si no es así, comencemos a preocuparnos, porque estaremos actuando como el espíritu egoísta de este mundo. No nos engañemos, si no tenemos el Espíritu de Cristo, no pertenecemos a Él.
A veces pensamos que para alcanzar esta pertenencia, necesitamos hacer estudios universitarios, o tener títulos teológicos. Para ser de Cristo, para entender a Cristo, basta que tengamos un corazón humilde, despojado de toda autosuficiencia, de orgullo, de vanidad; que tengamos un espíritu pobre, honesto, sincero, y Él se nos manifestará en los acontecimientos más ordinarios de nuestra vida, incluso en los acontecimientos dolorosos, tristes, contradictorios, penosos, de nuestra existencia; hasta en nuestro mismo pecado, y que descubramos que ahí se puede manifestar Dios lleno de amor y de ternura.
No hace falta tanto estudio para entender el amor de nuestro Padre Dios, manifestado en Cristo. Tal vez por eso, nuestros hermanos más humildes, en diferentes aspectos, entienden, experimentan y viven el amor misericordioso, providente de Dios para con ellos.
La Virgen María se reconoció como humilde sierva de Dios. Por haberse pequeña, el Señor la eligió para encarnarse en Ella. Que Ella misma interceda por nosotros para que la Palabra de Dios baje a nosotros como una lluvia, y que fecunde nuestro corazón, nuestra vida y nos haga descubrir que solo viviendo el Espíritu de Cristo somos de Él. Para vivir esta verdad, necesitamos ser humildes, pobres, sencillos, abiertos a este don.
Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
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