Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara
Apreciables hermanas y hermanos:
La Iglesia ha venerado, siempre, la Palabra de Dios, con el mismo espíritu con que venera el Cuerpo sacramental de Cristo. Ahí está Cristo vivo que nos habla. Por eso, todas las celebraciones litúrgicas tienen una primera parte que la resalta.
Siempre es necesario que hagamos una revisión humilde y sincera de cuál es nuestra actitud ante esa Palabra. Todos tenemos un interés básico de escucharla, y lo venimos haciendo desde hace años. Tenemos un aprecio a la Palabra de Dios. Eso no se discute.
Lo que tenemos que revisar es por qué la Palabra, siendo tan fecunda, viva, poderosa, eficaz, transformadora, creadora de cosas siempre nuevas, no ha podido fructificar en nuestra vida. Por qué no ha podido mejorar mi actitud, mi comportamiento, mi manera de ser. Por qué no hemos podido llegar a ser tierra fecunda para que esa Palabra dé fruto.
Si somos humildes y honestos, deberíamos preguntarnos qué ‘pájaros’ hay en mi vida que vienen y me roban la Palabra de Dios. Qué ‘piedras’, y cuáles son esas ‘piedras’, en mi vida, más abundantes que la tierra, que me impiden ser tierra abundante para que germine la Palabra. Cuáles son, en mi vida, las ‘espinas’ que la ahogan.
¿Por qué, nosotros, no hemos querido experimentar ese poder transformador, creador, de cosas nuevas, que tiene la Palabra? Puede ser que haya ‘pájaros’ que se la llevan, ‘piedras’ que la ahogan, ‘espinas’ que impiden su crecimiento. Hay que revisarnos.
¡Cuántas situaciones hay en México, en nuestra sociedad, tal vez en nuestra familia, que nos desagradan, que nos hacen sufrir! Pensemos en la guerra, en los conflictos internacionales, en los conflictos internos de los Países… Por cierto, tengamos muy presente a nuestro pueblo hermano de Venezuela, que está tomando decisiones trascendentes para su presente y para su futuro, para que encuentren el camino correcto que beneficie a todos, y que restituya la paz y la armonía en este gran pueblo sudamericano.
En México, no nos agrada la injusticia, la corrupción, la violencia. ¿Por qué la Palabra de Dios, que es eficaz, no ha podido hacer efecto en nuestro mundo?
Porque no se impone, no se coloca por encima de nuestra libertad. Para que surta efecto tiene que contar con la voluntad, con la disponibilidad de cada persona. Libremente debo cuestionarme, para que la Palabra me señale el camino que he de seguir en mi vida, para que cambie y mejore, y produzca frutos de justicia, de paz, de honestidad, de sinceridad, de fraternidad, de santidad, de verdad, de amor a la vida. Esto que nos agrada no va a caer por arte de magia en nuestra sociedad sin la colaboración nuestra.
Dejemos que la Palabra de Dios penetre en lo más profundo de nuestro ser, y despejemos el terreno de nuestro interior, quitemos las ‘piedras’ y las ‘espinas’ que impiden que esa Palabra dé frutos, confiando en su poder transformador.
Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

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