“Qué importante es para nuestras familias a caminar juntos para alcanzar una misma meta. Sabemos que tenemos un itinerario común que recorrer; un camino donde nos encontramos con dificultades, pero también con momentos de alegría y de consuelo (…) Es hermoso abrir siempre el corazón unos a otros, sin ocultar nada. Donde hay amor, allí hay también comprensión y perdón”, nos recordaba en Papa Francisco en la homilía del 27 de diciembre, fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José.
Y mirando a mis hijos, unos casados, otros ennoviados, y otros -Dios dirá lo que tiene preparado para ellos- , me planteaba la gran responsabilidad que tenemos cada uno de nosotros con las nuevas generaciones. Es más, pensaba que no es suficiente proponerles una doctrina cristiana sobre el matrimonio y la familia. Es necesario vivirla intensamente y transmitirla con un ejemplo de vida alegre, viva, jovial, joven e ilusionada a pesar de los años; accesible para todo el que quiera amar, coherente, valiente, fiel, serena y segura.
¿Qué seria del mundo sin la fidelidad de muchos matrimonios que se prometieron amor eterno y que cada día que pasa se quieren más a pesar de las pruebas y obstáculos propios del día a día? Como dice mi amiga Sonsoles: “La fidelidad en nuestro matrimonio no es algo que busquemos, es algo que sucede por el amor comprometido que nos tenemos el uno al otro. Este compromiso crece cada día. El ser fieles es una consecuencia de cómo entendemos el amor. Nosotros entendemos nuestro matrimonio como un bien personal… Yo soy fiel porque quiero estar junto a mi marido todos los días de mi vida. Es en la permanencia a su lado como yo crezco como persona pues tengo que salir de mí para encontrarme con él.
Un matrimonio que no es fiel, se antoja complicado. Una verdadera amistad que no es fiel, se antoja complicada. Cualquier relación entre personas, si no es fiel, se antoja complicada. La fidelidad y la sinceridad van de la mano. Ninguno de nosotros quiere ser engañado en sus relaciones personales. No estamos hechos para el engaño o la mentira. No estamos hechos para la infidelidad. La prueba de ello es el dolor que sentimos cuando nos son infieles”.
Como señalaba el Santo Padre: “No perdamos la confianza en la familia (…) esta misión tan importante, de la que el mundo y la Iglesia tienen más necesidad que nunca”.
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