El Obispo de la bicicleta
Mons. Felipe Aguirre Franco
Arzobispo Emérito de Acapulco *
Monseñor José Trinidad Sepúlveda nació en Atotonilco el Alto, Jalisco, el 30 de marzo de 1921, menor de tres hermanos, hijo de los Sres. José Trinidad Sepúlveda y Refugio Ruiz Velazco. Huérfano de padre desde muy pequeño, se fue a vivir al vecino pueblo de Ayotlán, comunidad alteña cristiana y piadosa, que en esos días se disponía a participar en el levantamiento cristero. Debido a este conflicto religioso, su familia debió de emigrar a La Barca, pueblo ribereño del Lago de Chapala, en la Región de La Ciénega. Allí estudió, con una maestra sabia y profundamente religiosa, hasta concluir exitosamente la Primaria.
Cuando por fin, en 1929, se llegó a los famosos arreglos del Conflicto Cristero, que resultaron desarreglos, se abrieron nuevamente los cultos y regresó con su mamá y hermanos a Ayotlán; pero, ¿qué podía seguir estudiando en su pueblo, que aún no tenía ni Escuela Secundaria? Su mamá entonces lo mandó a México con un tío militar, el Mayor Hilario Ruiz, para ver si podía enrolarse hacia la Carrera de Médico Militar, pero no era posible por su corta edad. Tuvo que repetir el 6° año en una Primaria anexa a la Normal Superior de Maestros, en un ambiente ideológicamente marxista y comunista. Regresó a Ayotlán y consiguió trabajo de dependiente en dos tiendas de abarrotes para obtener algún dinero para su madre.
Llamado y respuesta
Allí, entre los mostradores, como San Mateo, lo encontró el Señor, cuando lo llamó al Seminario de Guadalajara por medio del Padre Luis Espinoza, quien lo llevó al Seminario, junto con Miguelito Sánchez (con el tiempo, por muchos años, Padre Espiritual en el Seminario Mayor). Lo recomendaron con buenas familias, que le dieron alojamiento y alimento, en esos tiempos anticlericales en los que el Seminario aún funcionaba en la clandestinidad y había sido despojado de sus Casas de Formación.
Tomaba el desayuno en un puestecito del Mercado Alcalde, al que los alumnos le pusieron el nombre de “Acerva nimis”; que se traduce “demasiado amargo” (nombre de una Encíclica Papal, a los mexicanos, en ese tiempo de persecución). Durante esos dos primeros años de Seminario debía recorrer diariamente para ir a clases, como quien dice “a salto de mata”, unas 120 cuadras, con los libros y cuadernos escondidos bajo el brazo. Pero, eso sí, con los mejores Maestros, egresados casi todos de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma.
Hacia 1936, el Arzobispo José Garibi Rivera adquirió un antiguo Hospital de los Padres Juaninos, anexo al Templo de San Martín, por las calles Belisario Domínguez e Industria, en donde se adaptaron los Departamentos para Teología, Filosofía y 5º de Humanidades. En el Seminario se caracterizó por ser un joven entusiasta, estudioso y deportista; por su inteligencia brillante y lo espigado de su estatura, sobresalía entre sus compañeros; daba exámenes públicos de diferentes asignaturas académicas y sus calificaciones eran “ Magna” o “Summa cum laude” (lo máximo); en los deportes se distinguía como guardián de la portería en futbol, e implacable en los encuentros interdivisionales de volibol, por su estatura y su brazo, que clavaba con fuerza el balón u obstaculizaba al adversario arriba de la malla.
El amplio horizonte
Apenas terminada la Segunda Guerra Mundial, el seminarista J.T. Sepúlveda fue enviado a concluir sus estudios a Roma, obteniendo Licenciatura en Teología Dogmática. Vivió en el Colegio Pío Latinoamericano y recibió su formación académica en la Universidad Gregoriana, conviviendo con alumnos de todo el mundo y recibiendo clases de los mejores Maestros, todos de la Compañía de Jesús.
Allá fue ordenado Sacerdote el 27 de marzo de 1948, celebrando por primera vez la Santa Misa en El Vaticano, junto al Sepulcro de San Pedro, en la Capilla del Gobernatorato en el altar de un bellísimo mosaico a la Virgen de Guadalupe. Allí reunió sus dos amores: México, su Patria, y Roma, sede universal de la Iglesia Católica.
En la Ciudad Eterna le impresionó y marcó enormemente su vida, el ejemplo y magisterio de Pío XII. Para su formación artística, Roma era un hermoso jardín o un prolongado e interminable museo histórico de la pintura, de la arquitectura renacentista, de la escultura y la música.
Incondicional entrega
A su regreso, el Arzobispo Garibi Rivera lo mandó a Tapalpa, en las serranías del Sur de Jalisco, donde hizo sus pininos como Vicario Parroquial del Sr. Cura Cipriano González. Fue muy aceptado y fructuoso su ministerio, de sólo once meses. Su nuevo destino fue el Seminario Menor de Guadalajara, en 1955, ocasión en que él solicitó al Rector mis servicios de Seminarista, para ayudarle como Coadjutor de los alumnos.
Desde entonces y junto a él, lo conocí de cerca y pude valorarlo como Sacerdote apasionado por la Gloria de Dios y los intereses de su Reino. Inquieto, ansioso e impaciente, con grandes deseos de hacerse todo para todos, para salvarlos a todos, y eso le provocaba de pronto angustia, gozo, preocupación o desconcierto, que le hacían pasar largos ratos ante el Santísimo en su capilla particular.
Detallista y previsor, al grado de que, cuando terminaba extenuado de concluir algún proyecto, como un monumento del Corpus Christi en el Seminario, al día siguiente ya estaba pidiendo iniciativas para el proyecto del año entrante. Monseñor Rafael García González, Obispo de Tabasco, su compañero desde el Seminario, lo “regañaba” diciendo: “Es que tú cultivas la angustia”.
Se le quedó muy grabado el consejo de su madre, doña Cuquita, antes de morir: “Mira, Trinito, cuando puedas y tengas algún ahorrito, haz algo por los más pobres”. Tenía puesta su confianza en Dios para salir adelante de todos los problemas y berenjenales del apostolado, y me decía: “Ya ves, Aguirre, tontitos, tontitos, pero Dios nos ayuda”. Era elocuente Maestro de Literatura y Arte Sacro; intuía, vibraba y se gozaba con la belleza del arte. Especialista en Arte Sacro.
Nuevos senderos y retos
Son las paradojas de Dios, que escoge lo débil y pequeño para sus grandes planes. Un día de mayo de 1965, el Papa Paulo VI, digo mal, el Espíritu Santo, llamó al Padre J. Trinidad Sepúlveda, Prefecto de Teólogos en el Seminario de Guadalajara, a la Delegación Apostólica de México, por medio de su representante en nuestra Patria, el Arzobispo Luigi Raimondi, diciéndole que el Santo Padre le pedía que, como primer Obispo, se encargara de organizar la nueva Diócesis de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Lo pensó detenidamente ante el Santísimo Sacramento y oyó su voz: “Yo soy el Camino”, y que si quería seguirlo, “tomara su Cruz”.
Y así comenzó la primera aventura episcopal del primer Obispo de Tuxtla, que eligió como lema de su escudo: “Mi fortaleza es Dios”.
Ante la presencia de La Guadalupana, en la Parroquia de Guadalupe, de esta ciudad. el 25 de julio de 1965 fue ordenado Obispo por el Cardenal José Garibi Rivera. En ese entonces, Tuxtla era una ciudad alegre y provinciana, en medio de dos paréntesis de montañas, llenas de verdor y de flores, dando paso, a pocos kilómetros, al Río Grijalva; tenía unos 70 mil habitantes; atendida por un solo Sacerdote que iba también al Jobo y a Copoya. Ya habían llegado, cinco años antes, los Misioneros del Espíritu Santo. Siete años después del inicio de dicha Diócesis hice mi opción por una Iglesia necesitada de Clero como ésta, y llegué a Chiapas el 4 de julio de 1972, como Sacerdote, y casi dos años después me nombró el Papa Paulo VI, Obispo Auxiliar de Tuxtla.
La situación histórica, en ese entonces, no era muy favorable para el Obispo; prevalecían en Tuxtla marcados resabios de un liberalismo jacobino y anticlerical. En 1911, los tuxtlecos rechazaron e impidieron la Visita Pastoral del Obispo de Chiapas, D. Francisco Orozco y Jiménez, quien residía en San Cristóbal, y éste los sancionó con la pena canónica de un “Entredicho” que los privó de los Sacramentos durante tres meses. El 20 de noviembre de 1934, por órdenes gubernamentales, se quemaron en Tuxtla, con abundantes piras y fogatas, muchas de las imágenes de la localidad en las afueras de la iglesia de San Marcos y en el Tiradero del Pompushuti, extraídas de los templos y de los hogares.
De brazos abiertos
El Archivo de la Diócesis guardaba más de 50 misivas o telegramas que en su repudio al nuevo Obispo manifestaban, junto con los periódicos locales, que un Obispo de Tuxtla representaría para ellos una nueva forma de explotación del Vaticano. Por tal motivo, y sobre todo por amor a Cristo, cuando tomó posesión como Obispo, rechazó una casa grande por la Avenida Central Poniente e hizo su sede episcopal en diversas cocheras: primero junto a Nuestra Señora del Sagrado Corazón, Colonia Moctezuma, y después en la cochera del Seminario, donde concluyó su estancia.
Para crear las nuevas estructuras de la Diócesis, no hizo colectas ni gravó la economía diocesana, porque carecía de recursos. Se hizo Obispo mendicante en los templos de Guadalajara, y así edificó la primera Casa de la Iglesia en San Roque, para la formación de Agentes de Pastoral; después la casa de La Divina Providencia en Pichucalco; la Casa San José en Copainalá, y luego la de San Martín de Porres, en Villaflores. Pero fue prioritaria la creación del nuevo Seminario de Santa María de Guadalupe, que hoy está cumpliendo 50 años de su inauguración, pues a un Obispo puede faltarle su edificio para la Curia, la Casa Diocesana y hasta su Catedral, pero no su Seminario, que ha de ser el manantial de sus Sacerdotes.
Grandes bienhechores, como el Ingeniero Enrique Valero, que trajo una Radiodifusora a Tuxtla, regaló este lugar ideal, en aquellos años en completo despoblado, con tres hectáreas suficientes para el Seminario Mayor y Menor. Los Ingenieros Agraz y D´amico, junto con el fidelísimo Maestro de Obras, don Álvaro Sol, se dieron a la edificación de este Seminario. En su Libro de “Un Obispo contento”, Mons. Sepúlveda nos regala este comentario: “Ahora, ya anciano, veo con gozo y admiración la forma espléndida como mi sucesor, el Sr. Obispo F. Aguirre, no sólo mantuvo lo que recibió, sino en forma que nadie podía soñar, construyó el Seminario Mayor con verdadera esplendidez, y que funciona con equipo completo de Formadores. El Seminario de Tuxtla se bastó a sí mismo”. Antes de todo esto, nos apoyaron con nuestros alumnos del Seminario Mayor las Diócesis de Zamora, Querétaro, Tehuacán y San Juan de los Lagos.
Cada una de las obras pastorales emprendidas por Mons. Sepúlveda merecería un capítulo aparte, pero no siendo posible, cumplo con enumerarlas: Casa del Buen Samaritano, para enfermos y familiares que acuden a los hospitales. Albergue Infantil Salesiano, para niños necesitados de un hogar. La Escuela de Catequistas Campesinos, para la formación de Agentes Rurales de la Pastoral en las Parroquias.
Solícito y edificante
Un parteaguas en la Historia de esta Diócesis fue, sin duda, la explosión del Volcán Chichonal en la Región Zoque y Zona Norte de Chiapas, el 28 de marzo de 1982, con más de mil muertos y varios pueblos completamente damnificados. Dice el Corrido del Volcán: “Sudoroso y empolvado, andaba el Señor Obispo; iba y venía a los albergues, con el ejemplo de Cristo.” El Gobernador de entonces, don Juan Sabines Gutiérrez dijo al Nuncio Apostólico en una ocasión: “Aquí queremos mucho a este Obispo, que me lo encontré lleno de sudor y empolvado allá con los damnificados del Chichonal, porque se partió la madre por mi gente”.
Muchas personas lo conocieron como “el Obispo de la bicicleta”. Y es que antes, por las viejas calles de Tuxtla, incluyendo la Avenida Central, podía conducirse en bicicleta. Como aquel día en que la Catedral era la meta de una carrera ciclística. El Sr. Sepúlveda iba a celebrar la Misa de las 12 y pidió que lo dejaran pasar a la avenida… la gente le aplaudía gritando: “¡Adelante! ¡Vas ganando! ¡Eres el primero!”
La remodelación de la Catedral de San Marcos fue alentada por el Espíritu Santo, que nos reivindicó a cuantos ya habíamos emprendido este proyecto, pero que se destruyó y se vino abajo por caprichos de falsas autoridades. Nos trataron de ignorantes en Arte Sacro, lo cual yo aceptaría tratándose de mi persona; no así de Monseñor Sepúlveda mi Maestro en dicha asignatura en el Seminario. Fue el Gobernador Juan Sabines quien emprendió el remozamiento externo de la Catedral, que superó con creces el anterior proyecto. Se le restituyó al templo máximo su originalidad. Todo esto pudo llevarlo a cabo Mons. Sepúlveda en diálogo y acuerdo con el Gobernador y con el Arquitecto Ignacio Díaz Morales, Maestro contemporáneo de don Trino en el Seminario de Guadalajara. Ambos pudieron llamarle a la Catedral, su “Hija predilecta”. Todavía se coronó al final la obra con un solemne “Carrillón”, que cuenta con 48 Campanas musicales.
Toda esta obra material e infraestructura pastoral, carecería de importancia si no se tuviera en cuenta su Magisterio incansable como Maestro de la Fe. Junto con los primeros 28 Sacerdotes de la Diócesis elaboró el Catecismo Diocesano “Dios y el Hombre”; el Catecismo de la Moral Cristiana; Instrucciones y Cartas Pastorales a las Familias; su atención e impulso a los Movimientos Diocesanos: Cursillos de Cristiandad, Movimiento Familiar Cristiano, Encuentro Matrimonial, Jornadas Juveniles, la Catequesis, etc.. Se fundaron, en su tiempo, varias Casas de Religiosas.
Estamos convencidos de que el Espíritu Santo nos dio el Obispo que necesitaba la nueva Diócesis de Tuxtla para asentar las bases sólidas y echar a andar los proyectos de Dios en los primeros 23 años de esta Iglesia Diocesana.
Veo ante nosotros un monumento que se va a ser develado en su memoria. Por eso, quiero repetir las mismas palabras de Monseñor Sepúlveda a don Juan Sabines cuando remodeló el exterior de la Catedral: “Si monumentum quaeris, circumspice” < Si buscas un monumento para él, mira a tu alrededor.> Reciban un saludo, sus oraciones y una bendición llena de gratitud, de Mons. José Trinidad Sepúlveda, desde el Albergue Trinitario Sacerdotal de Guadalajara, donde permanece actualmente delicado de salud.
• Extracto del Discurso pronunciado el 12 de febrero de 2017 en el acto de develación del Monumento al Obispo Sepúlveda Ruiz Velazco en el Seminario de Tuxtla Gutiérrez, por parte del segundo Pastor de esa Diócesis, Mons. Felipe Aguirre Franco.

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