He estado hoy leyendo las penitencias públicas que decretó el Concilio de Elvira, alrededor del año 300. Los adúlteros debían hacer penitencia durante siete años. La herejía llevaba aparejada una penitencia de diez años. La más pequeña duraba tres años. Unas pocas duraban toda la vida.
No puedo ver con buenos ojos la dureza de ciertas de estas penitencias. Muy duros para unas cosas, y menos para otras. Por ejemplo, el ama que mataba a su esclava a golpes debía sufrir siete años de penitencia. ¿Cómo se puede dar la misma penitencia por ese pecado monstruoso que el pecado de una doncella deshonesta?
Ciertamente, el que piense que todo tiempo pasado fue mejor, se equivoca. Algunos pecados sólo podían tener perdón en el momento de la muerte. ¿Podemos imaginar lo que era vivir para siempre de esa manera? Toda la vida con el pecado a cuestas, con la ignominia sobre la espalda.
Pero no sólo eso, ciertos pecados no recibían perdón ni siquiera al final de la vida. Tal era el caso del clérigo que no abandonaba a su mujer adúltera (la suya, su esposa) o el que pedía la bendición de los frutos a los judíos.
Cuánto mejor es el sistema actual que el de otras épocas en las que sólo se daba la absolución al final de la vida.


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