Rodríguez publicó una carta en la que explicó que no es “nada nuevo” que al defender una convicción que no sea compartida por la mayoría de las corrientes de pensamiento lleve implícita “la adjudicación de la etiqueta de “ultra” seguido de lo que sea, independientemente de que esa convicción tenga su base en un razonamiento lógico y sólido o no”.
Según precisó, esa calificación de “'lo que sea’ que sigue al prefijo 'ultra' puede ser distinto en función de la naturaleza de la convicción. Por ejemplo, si lo que se defiende es la libertad religiosa, la laicidad frente al laicismo, lo más probable es que la etiqueta sea ‘ultracatólico’”.
Por eso, también aseguró que “si lo que se defiende es una protección específica de la institución matrimonial entre mujer y hombre por el bien que aporta a la sociedad en cuanto al surgimiento y crianza de nuevas vidas, o la libertad de educación que respete el derecho y responsabilidad de los padres consistente en educar a sus hijos conforme a sus creencias o valores, la etiqueta asignada suele ser la de ‘ultraconservador’”.
Algo que se repite con “muchos más ejemplos”.
Rodríguez explica también que esto es algo que ha sucedido “en todas las sociedades a lo largo de la historia”, ya que siempre hay “una masa acrítica que sigue las corrientes dominantes, normalmente sin dedicar demasiado tiempo a profundizar en por qué se afirma lo que se defiende, sino que se adhiere a ello en función del 'grupo' que lo impulsa, en una suerte de sentimiento de pertenencia a una identidad colectiva”.
Aunque por el contrario también hay “una minoría que sí profundiza en las cuestiones, que dedica tiempo a pensar de forma crítica en las últimas razones y argumentos que sustentan las distintas posturas y afirmaciones, provengan de donde provengan”.
“Son estas personas que piensan y razonan antes de adherirse -o no- a cualquier corriente las que resultan incómodas para quienes están interesados en mantener una masa social acrítica”, explica.
Rodríguez subraya que éstos son “los inconvenientes propios de cualquier compromiso, en este caso el del compromiso con los propios valores, con las propias ideas y convicciones”.
Y que quien asume un compromiso “sabe de antemano que habrá momentos difíciles”, por eso “uno se compromete con aquello que realmente considera que merece la pena”, “con aquello que considere lo suficientemente importante como para superar, en su momento, los inconvenientes que se deriven por mantener dicho compromiso”.
Por eso plantea si la Familia, la Vida y la Libertad “son susceptibles de una defensa convencida, a la luz de razonamientos lógicos o si merece la pena afrontar las dificultades que se presenten por mantenerse firme en esas convicciones”.
“Son preguntas que cada uno habrá de hacerse, que exigen, como todo compromiso, un tiempo de análisis crítico, sereno y profundo”, afirmó el director general del Foro de la Familia.
Además insistió en que “siempre es buen momento para pensar más, y siempre es buen momento para renovar nuestros compromisos” también desde el Foro de la Familia, ya que, según afirmó, “son tan contundentes las razones que nos llevan a defender nuestras causas que ninguna etiqueta será impedimento para abandonarlas”.
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