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El profeta Habacuc nos describe una situación que, en su tiempo, estaba sucediendo y que causaba mucha zozobra en el pueblo: “Ante mí no hay más que asaltos y violencias, y surgen rebeliones y desórdenes”. Habacuc era, obviamente, un hombre de fe. En su oración le pedía a Dios que tales hechos delictivos desaparecieran; pero, al parecer, las cosas seguían igual. Por ello el profeta clama al Señor: “¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio, sin que me escuches, y denunciaré a gritos la violencia que reina, sin que vengas a salvarme? ¿Por qué me dejas ver la injusticia y te quedas mirando la opresión?”. Estas palabras del profeta, bien lo sabemos, son muy actuales. Nosotros diariamente le pedimos a Dios nuestro Señor que ya termine la inseguridad y la violencia que nos aqueja, ya que sigue habiendo, a nuestro alrededor, hechos delictivos: extorsiones, secuestros, asesinatos, ilegalidades, robos; lo vemos por doquier… Dios, al parecer, guarda silencio… Él, sin embargo, nos dice: “El malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe”. Estas son palabras de consuelo y esperanza. Mantengamos firme nuestra fe. El mal no tiene la última palabra. Tarde o temprano los malvados sucumbirán sin remedio… Los hombres y las mujeres de fe, en cambio, recibirán la vida plena que Dios les ofrece. Seamos pacientes y mantengamos un estilo de vida congruente con la fe, orando sin desfallecer. San Pablo, en la segunda lectura, exhorta a Timoteo a que lleve una vida de testimonio basada en la fe recibida. Esto es muy cierto, puesto que la fe no es una mera cuestión intelectual o doctrinal, es ante todo un estilo de vida que se expresa en: fortaleza, amor, moderación, paciencia en los sufrimientos. En este año de la fe, no olvidemos dar testimonio de Cristo Jesús con las palabras y, sobre todo, con las acciones. Los apóstoles, en el evangelio, le piden a Jesús: “Auméntanos la fe”. El Señor les responde: “Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decir a ese árbol frondoso <Arráncate de raíz y plántate en el mar>, y los obedecería”. Con estas palabras el Señor Jesús nos da a entender que la fe tiene una vitalidad transformadora que es capaz de hacer grandes prodigios. Pidámosle esto mismo al Señor, no con la intención de hacer “milagros”, esto ya no nos corresponde a nosotros; sencillamente se trata de no desfallecer en el camino de la vida cristiana, de tener la fuerza de Dios capaz de renovar los ambientes sociales en los que nos movemos; ambientes muchas veces opuestos al Evangelio. Vivamos intensamente la Eucaristía de este domingo, recordando que la Eucaristía es la celebración de nuestra fe católica. No olvidemos, pues, que la fe se profesa con los labios, se celebra en la liturgia, se testifica con la vida y se reza con el corazón. Amén.
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“El malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe”. Reflexión de Mons. Ruy Rendón, para el domingo 29 de septiembre.
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