El sentido de la vida (IV), por el obispo de Sigüenza-Guadalajara, Atilano Rodríguez


El sentido de la vida (IV), por el obispo de Sigüenza-Guadalajara, Atilano Rodríguez


Los medios de comunicación nos ofrecen cada día noticias sobre los comportamientos de algunas personas, a las que se considera famosas y felices por el simple hecho de poseer grandes fortunas o porque están en camino de conseguirlas. Estas personas pueden tener otras muchas cualidades o valores, pero éstos no cuentan a la hora de pensar en su fama o popularidad.


Estos comentarios sobre la vida de los demás, sin la necesaria autocrítica, pueden inducir a muchos a pensar que las personas más ricas, las que han acumulado más dinero, aunque haya sido injustamente, son las más importantes de la sociedad y las más felices. De este modo, bastantes hermanos llegan a la convicción de que el verdadero sentido de la existencia humana debe estar en la acumulación de bienes materiales. Jesús, en el Evangelio, no critica la necesidad del dinero para vivir, pero


condena con dureza la mala utilización de los bienes materiales y la obsesión por acumular riquezas: “No podéis servir a Dios y al dinero”. Ciertamente, tenemos que servirnos del dinero, pero no podemos servir al dinero ni buscar los honores de este mundo. Solamente Dios es Dios y solamente Él es digno de nuestra adoración.


Cuando el dinero se convierte en un ídolo, hace especialmente difícil la construcción de una sociedad fraterna, solidaria y justa, como quiere el Señor. Si nos fijamos en la crisis actual, vemos que, ante todo, no es una crisis económica, sino una crisis provocada por la avaricia, por el egoísmo, por la falta de humanidad y por la insensibilidad ante la muerte de millones de seres humanos como consecuencia de la falta de alimentos.


Los cristianos y quienes no lo son, arrastrados por los criterios del mundo en vez de guiarnos por los criterios de Dios, corremos también el riesgo de dejarnos deslumbrar por los bienes materiales, olvidando que somos peregrinos, estamos en camino y no tenemos aquí morada definitiva. Cuando olvidamos nuestra condición de transeúntes, podemos experimentar la frustración ante los fracasos de la vida y corremos el riesgo de hundirnos psicológicamente al carecer del “dios” dinero, en el que habíamos puesto nuestra confianza.


La felicidad y la plenitud de sentido de nuestra existencia no podremos encontrarla nunca en este mundo ni en la acumulación de bienes materiales. Solamente Dios puede ser verdadera respuesta y plenitud del sentido para el ser humano, creado a su imagen y semejanza. San Agustín nos lo recuerda, cuando afirma: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti”.


Por su parte, San Ignacio de Loyola, en el libro de los Ejercicios Espirituales, nos ayuda a descubrir el verdadero fin de la existencia humana y el lugar que han de ocupar los bienes creados por Dios para la consecución de dicho fin. Dice él: “El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma; y las otras cosas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden a conseguir el fin para el que es creado. De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar de ellas cuanto le ayuden para su fin, y tanto debe privarse de ellas cuanto para ello le impiden”. Que el Señor nos ayude a poner la mente y el corazón en el verdadero fin de la existencia y a utilizar los bienes materiales en tanto en cuento nos ayuden a la consecución de la verdadera meta de la vida humana.


Con mi bendición, feliz día del Señor.


+ Atilano Rodríguez


Obispo de Sigüenza-Guadalajara


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