¡Qué milagrosísimo Milagro!

Juan López Vergara


El pasaje que nuestra Madre Iglesia ofrece hoy, es exclusivo del Evangelio según San Lucas, quien inscribe en la memoria eclesial la profunda significación de la dimensión social de un milagro del Señor Jesús: la conversión de un hombre rico, dedicado a explotar a sus hermanos (Lc 19, 1-10).


‘Hoy tengo que quedarme en tu casa’
Jesús, de camino a Jerusalén entró en Jericó, ciudad aduanera, exportadora de bálsamo, lindante con la Provincia de Arabia. En ella residía un hombre acaudalado llamado Zaqueo, quien era el jefe de los recaudadores, servidores de los ocupantes romanos, a quienes el pueblo odiaba, evitándolos como la peste. El sistema de impuestos establecía que aquellos traidores debían pagar una suma fija al Estado y, con tal de conseguirla, solían abusar, exigiendo más de lo debido para quedarse con jugosos remanentes (véase Lc 3, 12-13).

Sorprende, por tanto, que aquel publicano que presuntamente sólo vivía para el dinero prostituyendo su lealtad para con su pueblo, deseara ver a Jesús. El gentío se lo impedía, debido a su pequeña estatura (véase vv. 1-3). Pero era tal su anhelo de ver a Jesús, que aquel audaz chaparrillo, ni tardo ni perezoso, “corrió y se subió a un árbol para verlo cuando pasara por ahí” (v. 4). Al llegar a ese lugar, “Jesús levantó los ojos y le dijo: ‘Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que quedarme en tu casa’” (v. 5).


‘Hoy ha llegado la Salvación’

Jesús lo llamó por su nombre y decidió alojarse en su hogar. San Lucas muestra así la misteriosa intuición del Nazareno. La reacción de Zaqueo no se hizo esperar: bajó enseguida y recibió a Jesús muy contento, a pesar de las murmuraciones de sus vecinos (véanse vv. 6-7). Zaqueo, entonces, le prometió a su huésped: “Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces” (v. 8).

Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la Salvación a esta casa, porque también él es hijo de Abraham, y el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido” (vv. 9-10). Estas palabras resumen el mensaje y la praxis de Jesús, que anuncian el perdón incondicional de Dios, que no excluye absolutamente a nadie.


Un pobre hombre rico

En el ‘hoy’ de aquel pobre hombre rico se cumplió el texto de la Escritura que promete la Buena Nueva a los pobres (véase Lc 4, 18). Porque no sólo hay pobreza económica, sino también pobreza antropológica. En el ‘hoy’ de aquel pobre hombre rico Jesús llevó la salvación que suscita verdaderas transformaciones donde menos se esperarían. Recordemos aquella advertencia de Jesús: “‘Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios’. Los que lo oyeron, dijeron: ‘¿Y quién se podrá salvar?’ Respondió: ‘Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios’” (Lc 18, 25-27).

¿Acaso no es un milagrosísimo milagro la conversión de un hombre rico?


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